Massimo Bianchetti, el prelado
Oriundo de Pincilacorta, reggio Umbría,
nacido en el seno de una acaudalada familia (en el año 1928), dueña de la
cadena de supermercados "Cosa avete bisogno?" estudió en las escuelas
Waldorf adonde si bien no fue un alumno destacado, ya mostraba sus dotes
pastorales y su vocación de servicio al prójimo, al permanecer 16 años como
aguatero del equipo del calcio escolar.
Poco afecto a las manifestaciones juveniles,
pasaba sus tardes estudiando idiomas y leyendo historietas y teología de manera
alternada. También dibujaba, aunque tampoco se destacó en esto.
Pero fue precisamente en esos años escolares
cuando descubrió su vocación sacerdotal, una tarde en la que por casualidad
llegó a sus manos un ejemplar de una historieta argentina protagonizada por el
Cura Brochero, célebre pastor de las montañas cordobesas.
Semejante descubrimiento y la temprana
fascinación por las historias del mencionado cura, lo llevaron al terminar sus
estudios secundarios, a enrolarse en el Collegio Svedese, altísima casa de
formación sacerdotal sueca de la región de Trieste, fundada en el año 1239 por
Erik Bangolufsen (el rojo).
Massimo se recibió con honores e inició tu
trabajo pastoral en Andorra.
Luego pudo concretar su ansiado viaje a la
Argentina, País que lo cautivaba desde pequeño por las historias de inmigrantes
y la mencionada historieta sobre la vida del sacerdote cordobés.
Llegó entonces a la convulsionada Buenos
Aires del año 1953 y se instaló en una pequeña parroquia en el Parque Chás.
Eran épocas de enfrentamiento del entonces
gobierno del General Perón y la Iglesia, y en ese marco, la capacidad
conciliadora, la vocación de ayuda, y el desconocimiento absoluto del idioma
español, hicieron que el trabajo misionero de Massimo transcurriera en total
harmonía. De esos días es el origen de esa sonrisa radiante, cristalina,
sincera, que es hoy la marca indeleble del papable.
Como lo dijo el Cardenal alemán Helmut
Beckenbauer, "siempre con esa cara de estar en "eine wolke aus
pedden..."
De esos años data su recordada carta a los
cristianos de Villa Insuperable, todavía hoy considerado un documento críptico
de la Iglesia Católica (algunos osados dicen que sin sentido) que abarca temas
como "la mejor manera de bañar al perro" y "colección de boletos
capicúa, tesoros escondidos de mi barrio".
Su vuelta a Europa se produce en el año 1971.
Su vocabulario completo en español para
entonces podía contarse en un par de decenas de palabras de las cuales no menos
de 10 eran "gil" "gandul" "boncha" y otras por el
estilo.
La vuelta al viejo mundo coincide con el
asenso en la jerarquía de la iglesia.
El azar, o como a Massimo le gusta definirlo
"el plan del Señor" contribuyó para ser reconocido en los cenáculos
del poder vaticano.
En sus días en Buenos Aires, el papable había
aprendido el arte de la cocción de achuras a las brasas. Pasaba sus largas
horas de meditación en asados en el patio de la iglesia, casi siempre
comandados por un vecino de la congregación, apodado "el bocha".
Bocha nunca lo supo, pero tuvo influencia
capital en la carrera del pastor.
No eran tiempos fáciles en la convulsionada
Italia de las Brigadas Rojas. El inicio de los '70 era una reacción al Mayo
francés del '68 y brotes de violencia por todos lados.
Su destino inicial fue España ("insisten
con eso que sé el idioma", reflexionó en un reportaje a la revista Paris
Match en el año 2004) y más precisamente el barrio de Puerta de Hierro, como
párroco de la capilla "San Eparquio de Angulema".
Una tarde, al entrar en el almacén para hacer
las compras, se encuentra con el exiliado General Juan Domingo Perón, que será
decisivo en su carrera apostólica y con quién entablará una sólida amistad.
Tomado por el anciano General como una
especie de informante acerca de la realidad de Argentina, solían encontrarse en
la Quinta 17 de Octubre, residencia del ex presidente, y allí Massimo
deslumbraba a los asistentes a las tertulias con mollejas y riñones asados con
maestría.
Esa habilidad llegó con el tiempo a los oídos
del mismísimo Giovanni Battista Enrico Antonio Maria Montini (Paulo VI) quién
quedó encantado con el cuento del "sacerdote achurero" (le llega vía
el Obispo Fidel García Martínez) y no tardó en hacer construir una
"griglia" auténtica (hierro redondo) en los jardines de su casa de
Castel Gandolfo.
Massimo "ventriglio" Bianchetti
acrecentó su popularidad entre los prelados, con sus dotes de asador, y sus
reflexiones sobre los temas más diversos, siempre crípticas y llenas de
múltiples significados.
Preguntado que fue por el mismísimo John
Fitgerald Kennedy por la crisis de los misiles, en ocasión de una tarde en la
que el católico presidente de los Estados Unidos llamó al Papa para pedir
consejo, el Papa, que se encontraba en el baño cuando recibieron la llamada,
hizo señas desde la puerta para que Massimo atendiera, y luego de escuchar la
pregunta desesperada de JFK pronunció su célebre "hay que hacerlo del lado
del hueso, y tomarse todo el tiempo del mundo..."
Una iluminación, una parábola del mundo y de
la guerra fratricida que desencadenó en las sensibles decisiones que el
presidente más poderoso de la tierra tuvo que tomar por esos días.
Dicen que Paulo VI al salir del baño dijo
"lo quiero cerca de mí..."
Su permanencia cerca del Papa lo convirtió en
una personalidad de enorme influencia en los convulsionados años '70.
Leemos por ejemplo en el libro "La lucha
continúa, 200 años de sindicalismo argentino" de Fabián Bossoer, una
anécdota que ilustra de manera inmejorable esta nueva altura de Massimo:
"La Argentina de los primeros años '70, era un territorio de violencia.
Violencia extrema de derecha y violencia extrema de izquierda, manifestada en
atentados, amenazas y un clima de muerte diaria y estremecedora. Uno de los
caudillos sindicales, símbolo de esos años, el metalúrgico Lorenzo
"loro" Miguel, hizo un viaje especial a Roma y pidió una entrevista
con Massimo. Lo sabía amigo del País, cercano a Paulo VI y muy influyente en la
jerarquía vaticana de entonces. A Massimo le llamó la atención que pidieran una
audiencia con él, pero la concedió de inmediato. Un testigo presencial narra
que cuando Miguel le preguntó cuál era su visión de los acontecimientos en la
argentina, Bianchetti, que no había dejado de juguetear con una borla de la
pesada cortina de la oficina del Cardenal Marcinckus, que ocupaba para esta
entrevista ya que el no tenía despacho, le dijo "Y...no hay que mezclar el
carbón con la leña..:"
Lorenzo Miguel quedó consternado, lagrimeaba,
y se arrodilló para besarle el anillo. Les dijo a sus dirigentes al volver en
Ezeiza, tantos años debatiéndonos entre la izquierda y la derecha del
movimiento y el papable me iluminó, no hay acuerdo posible con Montoneros, no
podemos juntarnos, si lo hacemos la combustión no será buena, somos distintos
en el grado de maduración y en la nobleza de nuestros orígenes...
Discreto, silencioso, de pocas, muy pocas
palabras, fue testigo privilegiado de la alta política vaticana. Sus asados
memorables entre altos cardenales y jerarquía, su ubicuidad y sonrisa diáfana,
lo convirtieron en compañero ideal de noches de discusiones viscerales, de
complejidades políticas y hasta de intrigas de palacio.
Le atribuían gran influencia en el humor del
Sumo Pontífice, en sus cambios repentinos de visión y afinidades políticas.
Nada de esto comprobable, por cierto.
Con el deceso de Paulo VI, sus días en la
sede episcopal se suponían contados. Pero contra todos los vaticinios, quizá
por esa vaguedad de perfil, por su capacidad para pasar desapercibido, diríamos
que por su invisibilidad, siguió al mando de las parrillas vaticanas y
despertando las más disparatadas intrigas, que alimentaba con sus silencios
prolongados y su sonrisa enigmática.
Un rumor nunca desmentido en los pasillos
cardenalicios, narra la leyenda de que, al momento de ser elegido Albino
Luciani, el humo blanco que indicó al mundo la buena nueva, vino directo de la
parrilla de Massimo, que se encontraba haciendo un costillar entero para los
cardenales sudamericanos que participaban del cónclave. En sus memorias, el
cardenal Raúl Primatesta, cuenta que se encontraban picando algo en un pasillo
y de repente ve que Massimo sale corriendo al grito de "soda,
soda...".
La cara de desesperación, y el hecho de ser
la primera vez que lo veían a los gritos, precipitó unas corridas memorables,
enredos de sotanas y griterío generalizado.
En semejante alboroto, mezcla de idiomas y
temores porque la cosa en la calle no estaba fácil con las brigadas rojas y la
izquierda acechando, nadie advirtió que la humareda que se produjo tras los
intentos denodados de los ujieres para apagar la fogata, derivaron en uno de
los conductos que conectan con la tubería a través de la cual se produce desde
hace años, el rito centenario de la "fumata bianca" que anuncia la
designación del nuevo Papa.
Ante el griterío de la plaza, los móviles de
todas la cadenas de televisión del mundo y el nerviosismo, Massimo, ya relajado
dijo "siamo salvati dal vescovo Luciani...". El bueno de Albino solo
había apuntado con el sifón a las brasas, pero fue suficiente.
Juan Pablo I, el Papa de la sonrisa, se
encontraba así con su destino. Un destino que no esperaba, una casualidad, un
tiovivo, una carambola.
Esa noche, ya ungido, pidió que Massimo lo
visitara en su escritorio. Al entrar, ahora convertido en Juan Pablo I saltó
sobre el papable y lo abrazó con euforia, con el cariño de los cómplices, de
los que saben que ese otro es el artífice de algo inesperado pero glorioso.
"Quiero tenerte siempre cerca" le susurró al oído. "Ya mandé a
hacer una parrilla nueva, más grande, quiero que estés cómodo" seguía.
Massimo, impasible, quedó con los brazos
colgando a sus costados, consternado todavía, como sin entender lo que estaba
sucediendo. Meditó, lo miró largamente, y le dijo "lo que sobra, a los
pobres..." Se refería a lo que había quedado del incendio del costillar,
pero el Sumo Pontífice saltó del escritorio y corrió a dar órdenes precisas,
debe venderse todo el oropel, todo lo superfluo, todo lo que alguna vez fue
cuestionado por la feligresía, y convertirlo en obras de caridad. Mandó llamar
a Paul Marcinkus, eran como las 2 am, el célebre obispo banquero y le dio
instrucciones precisas, mientras Massimo, en un rincón, se arreglaba las uñas.
Nuestro papable se convirtió así, en
consejero, secretario privado, ujier, de una de las personalidades más
fascinantes que había dado la iglesia católica en sus años sobre la tierra, un
hombre íntegro, afable, que estaba dispuesto a llevar "la doctrina
Massimo" a los límites, aún a sabiendas de que se estaba poniendo en
contra de intereses no confesables y complejos.
Para cada adversidad, Massimo decía lo suyo.
Un día, al verlo compenetrado en los problemas al Pontífice, entró en el
despacho y le preguntó qué pasaba. Juan Pablo le narró la feroz disputa con los
banqueros de Dios, las adversidades, los desplantes, le describió una tormenta,
según sus palabras. Y Bianchetti, con su desapego habitual, le recomendó
"poner unas chapas, para reparar de las lluvias..."
Se le iluminó el rostro. Y lo demás, ya lo
sabemos.
Fue hace 25 años. El papa Juan Pablo I
apareció muerto en su cama. Llevaba sólo 33 días de pontificado. Según el
comunicado oficial, murió de un infarto agudo de miocardio. Sin embargo, la
forma en que se encuentra el cadáver no responde al cuadro típico del infarto:
no ha habido lucha con la muerte, tiene unas hojas de papel en las manos, como
si aún leyera. Aunque oficialmente se negó, un benedictino que trabajaba en la
Secretaría de Estado dio a conocer a un amigo, el mismo día de la muerte, que
hubo autopsia. Por ella se supo que murió por la ingestión de una dosis
fortísima de un vasodilatador, que en la tarde anterior habría recetado por
teléfono su médico personal de Venecia.
Por tanto, un diagnóstico sin fundamento, una
autopsia secreta, un medicamento que mata al papa y que no ha recetado su
médico personal.
El 14 de mayo de 1989 la llamada persona de
Roma (se habla del cardenal Pironio) envía un informe a Camilo Bassotto, amigo
personal del papa Luciani y testigo principal de la fuente veneciana. El
informe va firmado, pero debe publicarse sin firma: el puesto que ocupa el
misterioso comunicante no le permite otra cosa. Según dicho informe, Juan
Pablo I tenía un programa de cambios y había tomado decisiones importantes,
incluso arriesgadas: terminar con los negocios vaticanos, cortar la relación
del Banco Vaticano con el Banco Ambrosiano, destituir al presidente del Banco
Vaticano (Marcinkus), hacer frente a la masonería y a la mafia.
Todo esto se ha intentado ocultar. Sin
embargo, tiene clara relevancia judicial. Desde la primera investigación
(Yallop, 1984) las mayores sospechas recaen en la desaparecida logia Propaganda
Dos, aunque hubiera colaboración interna dentro del Vaticano. El Banco Vaticano
tuvo que pagar por la responsabilidad contraída en la quiebra del Ambrosiano
más 240 millones de dólares. En el juicio por la quiebra, que concluye en 1992,
las mayores condenas caen sobre los jefes de la logia P2: 18'5 años de cárcel para
Licio Gelli y 19 para Umberto Ortollani. Sorprende la serie de asesinatos y
atentados violentos relacionados de una u otra forma con la P2, con la mafia,
con el Ambrosiano, con el Banco Vaticano: Ambrosoli, Alessandrini, Calvi,
Sindona, Pecorelli..., sin olvidar el atentado contra Juan Pablo II, la
desaparición de Emanuela Orlandi (hija de un empleado vaticano) y el triple
crimen de la Guardia Suiza.
Don Germano Pattaro, sacerdote veneciano que
Juan Pablo I llevó a Roma como consejero, dejó en su momento a Camilo Bassotto
un testimonio fundamental sobre el papa Luciani, cuya figura ha sido
injustamente distorsionada: "estaba en el camino de la profecía".
Esto no significa adivinar el futuro, sino hablar y actuar en nombre de Dios.
Además, don Germano atestigua algo realmente sorprendente, que también tiene
relevancia judicial: Juan Pablo I sabía a los pocos días de pontificado quién
iba a ser (y, además pronto) su sucesor. Aunque no hay que descartar la
influencia de un tal Massimo Bianchetti, que no era obispo ni nada.
Comunicado oficial
Casi tres horas después del hallazgo del
cadáver, el Vaticano dio el siguiente comunicado oficial: "Esta mañana, 29
de septiembre de 1978, hacia las cinco y media, el secretario particular del
Papa, no habiendo encontrado al Santo Padre en la capilla, como de costumbre,
le ha buscado en su habitación y le ha encontrado muerto en la cama, con
la luz encendida, como si aún leyera. El médico, Dr. Renato Buzzonetti, que
acudió inmediatamente, ha constatado su muerte, acaecida probablemente hacia las
23 horas del día anterior a causa de un infarto agudo de miocardio".
Realmente, pocas cosas quedan en pie de las
afirmadas en dicho comunicado. Sólo una: se le encontró muerto en la cama, con
la luz encendida, como si aún leyera. No fue el secretario, sino una religiosa
quien encontró muerto a Juan Pablo I. La forma en que se encuentra el cadáver
no encaja con el cuadro típico del infarto: todo está en orden, no ha habido
lucha con la muerte. La hora de la muerte ha sido anticipada. Según diversas
fuentes, el papa murió en la madrugada del día 29.
De forma tajante, el cardenal Oddi, que
asistió al cardenal Villot durante el periodo de sede vacante, afirmó que no
habría investigación alguna: "He sabido con certeza que el Sagrado Colegio
cardenalicio no tomará mínimamente en examen la eventualidad de una
investigación y no aceptar el menor control por parte de nadie y, es más,
ni siquiera se tratará de la cuestión en el colegio de cardenales".
Hallazgo del cadáver
Camilo Bassotto, testigo principal de la
fuente veneciana, me dio esta versión del hallazgo del cadáver, la versión que
le dio la religiosa que lo descubrió:
"Hablé en dos ocasiones con sor
Vincenza. La primera, con la provincial delante. La segunda, a solas. En esta
ocasión, sor Vincenza se echó a llorar desconsoladamente. Yo no sabía qué
hacer. Sor Vincenza me dijo que la Secretaría de Estado le había intimidado a
no decir nada, pero que el mundo debía conocer la verdad. Ella se consideraba
liberada de tal imposición en el momento de su muerte (ya acaecida, en 1983).
Entonces podría darse a conocer. Según sor Vincenza, el Papa estaba sentado en
la cama, con las gafas puestas y unas hojas de papel en las manos. Tenía la
cabeza ladeada hacia la derecha y una pierna estirada sobre la cama. Iniciaba
una leve sonrisa. La frente la tenía tibia. Cuando Diego Lorenzi, sor Vincenza
y otra religiosa fueron a lavar el cadáver, al volverle, tenía la espalda
también tibia. El Papa pudo morir entre la una y las dos de la mañana".
Diego Lorenzi, secretario de Juan Pablo I,
vio así el cadáver: "Tenía dos o tres almohadones a la espalda. La luz de
la cama estaba encendida. No parecía que estuviera muerto. Y las hojas de papel
estaban completamente derechas. No habían resbalado de sus manos ni habían
caído en el suelo. Yo mismo cogí las hojas de su mano. También había olor a
asado".
Una dosis letal
En junio de 1998, en Roma, pude hablar
con Giovanni Gennari , que ahora es periodista en el servicio de prensa de la
RAI, la televisión italiana. Gennari conocía personalmente a Luciani y
era amigo de don Germano Pattaro , teólogo veneciano que Juan Pablo I s e llevó
a Roma como consejero.
Gennari confirmó lo publicado por él, o
sea, que se le hizo la autopsia al papa Luciani y que "por ella se
supo que había muerto por la ingestión de una dosis fortísima de un digestivo
recetado por teléfono por su ex médico personal de Venecia", que "el
papa a las diez y media de la noche hizo abrir la farmacia vaticana, había
comido mucha achura", que "el papa debió equivocarse y tomó una dosis
altísima que le provocó un infarto fulminante". Le pregunté que si su
fuente era fiable. Me dijo: "Para mí es totalmente fiable. Me llamó a las
siete de la mañana un benedictino que trabajaba en la secretaría de Estado con
Benelli ". Benelli fue Sustituto de la Secretaría de Estado antes de ser
enviado a Florencia como arzobispo y ser nombrado cardenal, en junio de 1977.
La revista alemana Der Spiegel, con fecha 10
de noviembre de 1997, en un artículo que lleva por título "Cantidad
letal" hace referencia a un misterioso testigo que finalmente ha decidido
declarar sobre el asesinato del papa Luciani: "La fiscalía de Roma ha
ordenado ahora una nueva investigación sobre aquel misterioso caso de muerte.
No es la primera vez que los fiscales investigan sobre el caso del papa
Luciani. Ahora un testigo misterioso sostiene que hace años llegó a saber por
un conocido detalles que se refieren al homicidio del popular pastor de la
Iglesia. Que el hombre sólo ahora se haya hecho vivo en los palacios de
justicia probablemente tiene que ver con una serie de artículos aparecidos en
el periódico La Padania... El fiscal Pietro Saviotti, que ha reabierto el caso
de la muerte del papa en 1978, no quiere decir nada sobre las declaraciones del
misterioso testigo: Sería demasiado pronto".
Massimo, unos días después de los trágicos
acontecimientos, fue enviado nuevamente a la Argentina.
Recibido con frialdad, ninguno de sus
antiguos amigos estaban en Ezeiza para recibirlo. No imaginaba una vuelta así a
ese País que había sido tan importante en su formación y en su carácter. Su
llegada se produjo una mañana destemplada de Octubre de 1978. Se puede decir
que llegó con lo puesto.
Extraña paradoja, él, que había compartido la
placidez palaciega del Vaticano, estaba ahora casi sin equipaje, muy corto de
dinero, sin destino pastoral ni misión para cumplir, arribando a un País
convulsionado y frío.
Quedaban todavía los ecos de ese Campeonato
Mundial de Fútbol en el que Argentina intentó mostrar al mundo su mejor cara,
pero que escondía una mucho más compleja y terrible. Massimo, conocedor de esos
meandros, no lo desconocía, lo intuía y respiraba.
Instalado en Villa Martelli, en una humilde
casa y colaborando con la parroquia del barrio (cuyo presbítero estaba siendo
amenazado por el PEN) una noche recibe una llamada que lo llena de esperanza
"Pronto, Massimo...?"
Era Antonio Samoré, el cardenal, que al
escuchar su voz del otro lado de la línea le dijo "me dijeron que estabas
por allá. Qué gustazo escucharte! Tengo que ir con una misión y me gustaría si
me podés dar una mano con el idioma y la gente, me dijeron que los conocés
bien" Esa misma noche, el famoso cardenal pone una carta con membrete
diplomático, que habilita a Massimo Bianchetti como su delegado en Argentina,
hasta su llegada.
El 8 de Enero se firma el Acta de Montevideo,
firmado por los ministros de Relaciones Exteriores de Chile y de la Argentina,
distiende la situación entre ambos países y abre una posibilidad de negociación
para resolver el problema del Beagle.
Entonces, se desmovilizan las tropas y se
aleja la posibilidad de una guerra. Se festeja con un asado con cuero para la
jerarquía militar y eclesiástica. El asador es nuestro papable.
En esa comilona, se escucha decir a Massimo
frente a una rueda de morcilla "no me gusta cuando viene muy enroscada, yo
la trabajo y la pongo derecha, como los argentinos, que son derechos y
humanos..."
"Los argentinos somos derechos y
humanos" era el lema que se utilizó para combatir la supuesta
"campaña antiargentina" proveniente del exterior. Era la frase que
rezaban las calcomanías en los parabrisas de los taxistas y también en las
tarjetas que la revista Para Ti instaba a enviar a personalidades del mundo.
Massimo recorre el País desde esos días. Un
poco por fortuna, otro poco por su habilidad en los hierros, es invitado a
distintas diócesis del interior, en las que participa de tertulias y
discusiones acaloradas.
En una de esas cenas, ya entrado el año '80,
y con un nuevo gobierno militar conduciendo las vidas de los argentinos, estaba
terminando una enorme parrillada en una quinta en Olivos. Tal era su destreza
que muchos de los ocasionales invitados, advertidos de sus dotes, se le
acercaban para verlo en acción, se sacaban fotos con él, lo adulaban, le
preguntaban cosas. En una de esas cenas, un economista gris, Lorenzo Sigaut,
que estaba a punto de ser nombrado ministro de economía en el gabinete del
nuevo presidente, le preguntó adónde compraba la mercadería y qué prefería.
Massimo, impasible, casi anodino, dijo como al pasar, "hay que saber
adónde comprar, yo no improviso" y preguntado por Sigaut porqué no se
ocupaba también él de los acompañamientos, más precisamente de las ensaladas le
espetó "el que apuesta al verde, pierde..."
Ese año es invitado de honor en los recitales
que el enorme Frank Sinatra da en Buenos Aires y, por supuesto, cocina para él.
Se muda por un tiempo a Las Vegas, adonde se
codeará con luminarias de Hollywood, lo que lo lleva a trabar una cálida
amistad con Ronald Reagan, que le será de gran importancia un par de años más
tarde. Hay poco escrito sobre sus días en Estados Unidos, ni siquiera sabemos
si habla inglés, o por lo menos si lo balbucea, como en el caso del español.
Es el año 1982 y Malvinas es la noticia
internacional. Un País sudamericano desafía al régimen imperialista. Los
Estados Unidos, con su vieja amistad con Inglaterra, saben de qué lado del pan
hay que poner la manteca desde el primer momento. Y saben, lo intuyen, que por
su historia, su conocimiento de las personalidades, por haber sido testigo de
más de una conversación importante, el canciller Alexander Haig tiene compañero
de viaje. El papable hace las valijas otra vez, y vuelve al País justo un día antes
de la llegada del Papa Juan Pablo II.
Karol, al llegar a Buenos Aires pregunta
"dove si trova questo ragazzo della griglia?" advertido que había
sido por todo el personal del Vaticano. Galtieri sintió ese día que se abría
una oportunidad única, un camino de esperanza, de negociación.
Lo mandó llamar, fue testigo privilegiado de
esas largas conversaciones entre tanto diplomático, y trabó una amistad con
Juan Pablo que duraría todo el Papado del polaco.
Con el título oficial de Watykański urzędnik
Grill, le asignan oficina y personal a cargo y, desde 1983 se instala de manera
definitiva en la Santa Sede y vive en Castel Gandolfo, residencia de descanso
de los Papas.
Tras años de protagonismo, casi un
contrasentido en su vida apocada y sin estridencias, esos años en su residencia
vaticana son de gran recogimiento.
Algún ocasional viaje con el Papa viajero, el
infatigable Juan Pablo II que dio varias vueltas al mundo, cuando algún tema de
especial sensibilidad lo requería a bordo del famoso avión de Alitalia. Massimo
prefirió la compañía de las parras y los libros, a los que se entregó con su
conocida parsimonia.
De estos años son sus textos más celebrados:
"A punto", "Hierro redondo" y "Marinado" que casi
no se consiguen y son piezas fundamentales de su obra.
Visitado por personalidades de la talla de
Diego Armando Maradona, Paul McCartney ó Nelson Mandela, todos se llevaban algo
de su cosecha luego de verlo, algún mensaje de esos crípticos, concentrados,
tan sabios y de coloratura personal.
El papable ya no es joven, sus sienes y ahora
casi toda su cabellera es blanca como la espuma, y sus manos ya no son tan
diestras como en esos dorados años '70.
A sus 84 años, sigue con su influencia
inequívoca al lado de uno de los hombres más poderosos de la tierra, pero sin
notarse.
Han intentado entrevistarlo las televisiones
de todo el mundo, sin éxito. Massimo es huidizo. Pocos conocen su voz, su tono
de voz, aunque todos lo sospechan profundo y sabio. Tampoco hay claridad acerca
de cuál es el idioma en el que se siente más cómodo expresándose. En
definitiva, un misterio, como el que rodeó toda su vida.
Su figura es consular. Y con cada nuevo
recambio papal, su nombre vuelve a los primeros planos de la noticia ya
que es siempre un candidato seguro.
Seguro que es la próxima, se entusiasman los
eternos cabilderos vaticanos. No ha hecho esfuerzos en su vida, para nada,
nunca, su cuerpo y mente están casi sin uso, dice su historia clínica.
Esperanzados, hemos querido acercarles una
apretada síntesis de su vida. Para el goce de todos y el orgullo de los que lo
conocemos.
En librerías especializadas de Buenos Aires
pueden conseguirse "Os latus" y "Etiam ignis" quizá sus dos
obras más complejas y ya convertidas en clásicos.
Los mentideros en Santa Marta aseguran que
justo antes del almuerzo del segundo día de votación se escuchó una voz por
encima del silencio reinante. Altisonante, inespecífica, aguda. "È
possibile scoprire dove il sale grosso a sinistra?" se escuchaba. Y más
alto "Bergoglio è arrivato? Portare i ventrigli dal centro". Era
Massimo, convocado como siempre, aunque esta vez sin voto por la edad, a
preparar la parrillada pontificia. Había dejado sus auriculares puestos (cada
vez menos comunicativo) y el volumen de la música le jugaría una mala pasada,
no tenía conciencia de que sus preguntas eran escuchadas en todos los rincones
del Cónclave.
Bergoglio? Bergoglio? Se escuchaba. No era un
nombre que estuviera en las apuestas, pero una vez más, nuestro Massimo había
sido clave.
No se hablaba de otra cosa durante el
almuerzo.
El Espíritu Santo, una vez más, había
hablado, y todos, absolutamente todos los prelados, habían incorporado calorías
y colesterol degustando esas exquisiteces traídas desde el fin del mundo.
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