El buscador de miradas

De la serie observaciones urbanas

 Hace un par de meses camino por las inmediaciones del cabildo. Alguien me cruz la mirada. Tiene unos 50 años, no viste mal, tampoco bien, lleva una carpeta. Tiene una sonrisa diáfana y una mirada familiar. Sabe todo eso, entonces, como le sostengo la mirada unos segundos ensaya una sonrisa. Enseguida estamos hablando. Habilidoso, no precisa fechas, deja todas las frases para que yo...

las complete. Mientras le hablo, estamos situados en fines de los 80 en Duperial, amigos en común (era de esa época que lo conozco? No puedo precisarlo) y algunas historias, obvias, pero que sin querer voy completando. Te acordás del negro…? Siempre hay un negro, y lo nombro. Qué buen tipo. Lo que más extraño es el grupo humano, me dice. Y asiento. No puedo precisar ni fechas ni nada. Pero estoy casi convencido de que es cierto todo lo que vamos recordando. Es cálido, además. Me pone una mano en el hombro. Es de día, no hay riesgos, pienso. Al rato, cuando la conversación decae, y amago a seguir mi camino, cambia abruptamente de tema. Me cuenta que no le fue bien después de esos años, y que a su esposa la están por operar de un tumor en la cabeza. Se conmueve. Me pide que lo ayude, por los viejos tiempos. Le pido que me llame. Le doy datos míos en medio de la conversación. Nunca lo hará.
Hoy al mediodía lo volví a ver parado conversando animadamente con otro señor de traje. Se sonríen juntos. El flaco lo abraza. Me quedo mirando desde una distancia. Pasan tres, cuatro minutos, y el señor de traje extrae su billetera y le extiende dos billetes ($200?). Se va por Córdoba. El flaco los pone en el bolsillo de atrás. Sale para el lado contrario.
Ese es su trabajo.
Al rato lo veo volver sobre sus pasos. Camina todo el día buscando miradas.

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