Una muy porteña aguafuerte veraniega
Es necesario
aclarar, para no malinterpretar malhumores, que la proximidad del descanso
vacacional, puede alterar algunos patrones de conducta que, en otra
circunstancia, cualquiera sea, no deberían ser motivo de dicho estado del
espíritu. Sobre todo en tipos que, como en quien esto escribe, no suele andar
por ahí pateando cosas del piso o en incomodidad sonora y manifiesta.
La cuestión
es que, la sensación de estar por salir del berenjenal urbano, entiendo que altera
los sentidos a medida que se acerca la fecha de partida.
Si a
semejante situación le sumamos dos datos más, muy importantes, la inestabilidad
climática (humedad/lluvia/condensaciones/calor) y la invasión de extranjeros en
las calles de la ciudad, hablando sus idiomas y buscando ediciones de Mafalda
en las librerías o un bife de chorizo según nacionalidad, el cuadro predispone
al observador urbano de la peor manera.
En el
trayecto de casa al trabajo, que hago en auto, dos comprobaciones conspiraron
para arruinar una mañana que se presentaba diáfana (solo duró un rato) y menos
calurosa que los 16 días anteriores de este Enero: la primera es que pude
comprobar que me produce una cosa parecida a una violencia asesina, ver
imbéciles que se deshacen de sus desperdicios con arrojes desde la ventanilla.
En dos
ocasiones, una camioneta con dos repartidores de pollos y un auto alemán de
gran porte (los imbéciles no saben de clases sociales) se descarta, en el
primer caso de los vasos del café que acababan de tomar y en el segundo de una
indescriptible lluvia de cáscaras de frutas y yerbas y cenizas, producto seguro
de una limpieza interna exhaustiva y esmerada.
En ambos
casos estaba parado atrás, en ambos casos quise disponer de elementos de
destrucción para utilizar contra los arrojadores, en ambos casos me arrimé lo
más que pude para señalar la imbecilidad y en ambos casos la respuesta fue una
indiferencia más poderosa que cualquier arma.
La segunda
que se reveló en el trayecto es que, “los eneros no son como los de antes…” es
decir, ¿ya volvieron todos de vacaciones?, ¿Por qué tantos autos en la calle
otra vez…? Me había malamente acostumbrado a un viaje normal (tampoco un lujo,
si tomamos en cuenta que los 22,6 kilómetros que separan Adrogué de Retiro
insumía en los primeros días de enero, unos 70 minutos) y ese paraíso también
fue efímero. La luz de un fósforo, a decir de Cadícamo.
Entonces, mucho
auto, micro, combi (usaría lo descripto más arriba contra ellas) y caldosidades
ambientales.
Salgo en taxi
para una reunión y al chequear redes sociales entiendo que las cosas no van a
mejorar hoy.
Leo varios
mensajes que empiezan con la letra “y”
Veamos, a
conjunción “y” se suele utilizar para indicar adición, suma o coexistencia de
varias entidades, características o acciones.
A saber:
Tengo muchos
libros y discos.
Vimos a sus
padres y a sus amigos.
La mesa
estaba ordenada y limpia.
En la boda,
comimos y bebimos en abundancia.
Me ponen mal
los que ensucian la vía pública y las combis
Entre otros
usos más específicos, como sumas de sujetos cada uno con su predicado, etc.
Qué es esa
moda de empezar las frases con “Y” entonces creció mi perro Laucha, o “Y”
cumpliste 18 años mi amor, ayer te tenía en la panza.
Como una
especie de erudición forzada, para dar a entender que se trabajó en el mensaje
y hay una continuidad en el tiempo, una hilación, como si uno pudiera venir
hilvanando el mensaje de alguien que, como contacto en las redes, postea cada 4
meses.
O el uso
indiscriminado del adjetivo “gran”, otra moda rompeojos.
Entiendo que
uno esté orgulloso del lugar donde morfó y con qué seguramente divertida y
lustrosa pandilla de atorrantes o refinados amigos, pero ¿hace falta meterle
tres “gran” a la frase?
“Gran asado
con grandes amigos en lo del gran Fulano…”
“Gran noche
degustando un gran Risotto en lo del gran Donatto..:”
Reflexionemos,
vida mía…
Voy a la
segunda reunión, es en San Telmo.
Pintoresco
San Telmo.
Sucio.
Cruzada por
turistas de los que no solo deambulan hipnotizados por el bife de chorizo, como
la mayoría de los amerindios con buen poder adquisitivo.
Son los que
buscan libros, van con el dato de un lugar de diseño, andan con pibito que,
megáfono en mano, les está contando de las invasiones inglesas, o de que por
ahí anduvo Borges y los límites de Buenos Aires y la fiebre amarilla.
En el bar de
la reunión observo en tres mesas un dato revelador.
Quizá no
había prestado tanta atención al tema. Quiero decir, seguro me pareció extraño,
pero ahora visto en tres mesas distintas me causó un escozor.
¡Los tres
comían para la mierda!!
Quiero decir,
a su manera, tomaban los cubiertos como primates mal entrenados, hablaban con
la boca llena, golpeaban los platos con el tenedor, como si se les fuera a
escapar el pedazo de durazno al que le estaban entrando.
Una sinfonía
de ruiditos.
Un asco.
Tanto empeño
en enseñarles a nuestros hijos cómo deben tomarse los cubiertos, el tenedor, el
cuchillo…y no estoy cuestionando si son diestros o zurdos pobrecitos, ¡¡¡los
agarran mal!!
¿Qué?
¿Tampoco eso es importante? Lo importante es que coman. ¿Será que estigmatizo
si enseño a los chicos a maniobrar con los cubiertos?
Ok, ok, quizá
es la sensibilidad propia de los días de canícula.
Debo volver,
me decido a caminar, para evitar el sedentarismo. No importa el calor que
sigue, vamos.
Al llegar a
la Plaza de Mayo, tengo que sortear a los de Barrios de Pie que están por toda
la plaza.
Mate en mano.
Mantas en la
plaza.
Mate y
galletitas.
Y cigarrillos
armados.
Y olores.
Y calor.
Y pecheras
con el Che.
Y turistas
esquivando.
Y fotos.
Y los
incipientes retumbes de tambores que se van templando.
Y en medio de
todo, erguido como un príncipe, carpeta en mano, el viejo timador de las calles
porteñas, un titán que resiste a todo: “El buscador de miradas”
(la
descripción de este atorrante puede leerse en http://blogpedace.blogspot.com/2012/12/el-buscador-de-miradas.html)
Lo miré desde
lejos, sabiendo lo que produce su mirada demoledora, y apuré el paso.
Por
Reconquista todo es apuro ahora.
Bache tapado.
Bache libre.
Bache grande.
Bache chico.
Mugre pegada.
Algunos
colchones viejos.
Algunas
gentes durmiendo en esos colchones viejos.
Grafitti.
Más mugre.
Vallados de
no pasar.
Mucho auto
estacionado en lugares que no se puede estacionar.
Motos
encadenadas a motos.
Más mugre
Acostumbramos
nuestra mirada a lo feo, lo desaliñado, lo desparejo, sin dejar que la ciudad
brille con su belleza.
Lo tenemos
tan naturalizado que es parte del paisaje.
Maldita
humedad.
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