La noche de Sandra Mihanovich

Dicen los que mintieron conocerlo de antes, que le gustaba decir en voz alta "dos más" cuando jugaba al tenis y pegaba la pelotita en la red, como si él mismo dictara las reglas.

También le gustaba escribir en los baños públicos ecuaciones matemáticas y hablar de la segunda tópica psicoanalítica con los mozos de los bares que frecuentaba y los que no (todos asturianos, decía)
Usaba una extraña boina con arabescos, del estilo hindú y ropas oscuras y por supuesto, ocasionalmente, anteojos redondos.

Esa noche llegué un poco tarde a la reunión. Secretamente, y con distintas excusas (todas absurdas, a mí por ejemplo me invitaron con el pretexto de agasajar a un amigo que venía desde otro País por unos días) estábamos convocados en ese departamento enclavado en el centro de la ciudad a las diez u once de la noche.

Fuimos llegando, silenciosos, guardando celosamente para cada uno la razón por la que estábamos ahí.
Nos mirábamos, intentábamos reconocer, a partir de la ropa o la actitud del otro, a qué diablos había ido cada uno. Tomábamos alguna bebida saludable mientras escuchábamos una muy europea música de fondo. Había un piano viejo presidiendo el rincón más concurrido de aquel monoambiente (por qué será que atraen tanto los pianos) y una pila de revistas de comics, algunos objetos viejos apilados sin demasiado gusto, y nada, absolutamente nada que hiciera pensar en la vida de afuera, en lo real.

Era como si secretamente todos escaparan de algún sitio, como si el estar todos juntos fuera reconfortante, apacible, blando.

Perdía ya la noción de bebidas saludables que tomé (nunca las bebo) tampoco sé si afuera era frío o calor, creo que fui perdiendo memoria de mí mismo, me fui haciendo parte anónima del todo, confundiéndome con los compacts de Don Pullen o el probable cuadro de Follon con la paloma.

Me perdí en discusiones vanas sobre grupos musicales que nunca había escuchado, o libros que nunca había leído pero que recordaba con obsesiva fidelidad. Todo se confundía y transformaba de repente en algo que ya había vivido, como si toda esa gente formara parte de un oscuro rincón de mi mente. Me parecía reconocerlos de algún baile de colegio, o haber jugado basquet juntos. Me perdí.

Sandra Mihanovich me miraba desde la otra punta del salón con la cabeza hacia un lado y los ojos grandes, todavía no habíamos encontrado un punto de encuentro en nuestras fantasías, y creo que todos estábamos buscando lo mismo. Una excusa que explicara todo.

Amílcar, creo que ese era su nombre, tímidamente arrellanado en un sillón que parecía pertenecerle, con los dedos entrelazados debajo del mentón, comenzó a contar chistes de daneses y a captar la atención de todos.
Tan bien imitaba el acento danés, que Sandra Mihanovich, y esa fue la primera palabra que me dirigió, decía que parecía que había vivido allá.

Contaba desventuras de daneses en el colegio, en el servicio militar, en el campo. No nos dejaba reponer de la risa, que ya arrancaba con otro chiste, y nos inundaba los ojos, y promovía risas y miradas cómplices, comentarios por lo bajo y alguna palmada en el hombro.

No nos dábamos cuenta, pero cada chiste que contaba nos acercaba un poco más unos a otros, acortaba las diferencias, nos hipnotizaba.
Casi sin terminar de contar el de la mariposa corrió al piano, lo terminó con una canción danés muy triste
(" Ataviada para el martirio ") que puso la nota de melancolía de la noche.
Las miradas una a una fueron cambiando, algunos empezamos a sentir un calor liviano que nos recorría la espalda, todo se hacía familiar. Como si nos hubiésemos pasado los últimos días, meses ahí adentro.
Yo lo acompañé en un par de canciones, el se conectó conmigo con la mirada.

Lo que sigue es lo poco que pude recordar.
Fue algo así como que fue para el baño, apagó las luces, y comenzó a hacer su rutina del astronauta. Consistía en aparecer por el marco de la puerta como si flotara en el aire, levitando de costado.

Mágico.

Aunque faltaba la música todos la imaginábamos, estábamos en un éxtasis casi místico comenzando a encontrarnos ya definitivamente.

De pronto, nos ofreció esa última pirueta, y volvió a ser un héroe. Como siempre pasa.

Lo que siguió fue el estupor, nada le hacía falta para convertirse en el rey de la noche, para manejar a su antojo los humores, las emociones de todos, pero igual, no haciendo caso de esa condición, al apagarse la luz, desapareció.

Se desvaneció, no pudimos descubrir su truco, si es que hubo.

Buscamos en el interior, del otro lado de la puerta, en los estantes, y nada. No existía. Se había esfumado.
Entonces, nos comentábamos unos a otros lo sucedido, tratando de encontrar una explicación, una pista.
Comenzamos a hablar cada vez más fuerte, unos con otros, sin control. Referíamos casos parecidos, anécdotas de nuestros mayores, algún comentario sobre Borges, y nada.

Nada se hacía claro.

Cuando pasó el momento de sorpresa, me aparté con Sandra Mihanovich a charlar. Empezamos a hablar de Amílcar y casi sin darnos cuenta, empezamos a hablar de nosotros, y a los quince minutos planeabamos la noche juntos.

Después supimos.

Amílcar nunca existió. Lo inventamos, como inventamos tantas cosas cuando la realidad no nos alcanza.

Yo supe que lo inventé para dormir con Sandra Mihanovich (no fue como lo imaginé) y así todos tuvimos una excusa para que Amílcar tomara su guitarra y nos cantara una canción del Paraguay o un poema del Harlem.

No existió nunca.

Todos callamos esa noche.

Al caer el amanecer nadie lo recordaba.

Mantuvimos un cómplice silencio durante años.


Solo en sueños se me aparece a reclamar la vida que es suya, y que esa noche robamos. Solo en sueños me recuerda que Sandra Mihanovich ya no existe (nos vimos solo dos meses después de todo aquello) y que fuimos egoístas, y que necesita volver, y que quiere enamorarse. Y yo, en lo único que pienso es en cómo hacer para que mi esposa no lo escuche y tenga que explicar qué hice esa noche.

Guardo secretamente el deseo de encontrarme alguna vez con la misma gente, en el mismo departamento, para que Amílcar vuelva.

No creo que nos guarde rencor.

Aunque algunas noches, les confieso, me aterroriza.


1988

Comentarios

uNdErMaMBo ha dicho que…
Loco, guardaré este homenaje el resto de mi vida. Gracias. Un abrazo rompehuesos profundo e infinito para ti. Te recuerdo en la distancia temporal, y solo nos vimos esa noche, y quizas otra, en la que leí este escrito.¿1996? Av. santa Fe. Steve Bell home. Todo esta claro leyendo otra vez este relato. Gracias, Pedace!

Alexis (Amilcar)
PD: Te regalo un corto que hice: http://cortozenit.blogspot.com

Entradas populares