Abril

¡Qué frío hace! 
No entiendo bien por qué, si es Abril y nunca hizo tanto frío en Abril. Buenos Aires está cambiando el clima. 
Si camino más rápido, para calentarme, seguro que se me pasa. Pero tengo miedo de perderla de vista, no quiero perderla de vista. 
Quiero ver adónde va, con quién se está viendo. 
Está tan linda. 
Aunque la mirada la tiene triste, no sé cómo explicarlo, como en otro lugar. 
Ahora la sigo por Santa Fe y está a punto de entrar en la librería que era cine. Ahí voy a tener que hacer alguna pirueta para que no me vea, no me va a alcanzar con solo revolver los libros desde algún rincón. 
No quiero perderla de vista. 
Qué frío, no prendieron la calefacción. 
La gente parece no notarlo, están livianos, yo estoy demasiado aturdido como para fijarme en cómo están vestidos, pero hago un esfuerzo. Por seguirla, por no dejar de mirarla, por adivinar sus próximos pasos, por no perder esta oportunidad. 
La librería es grande, distinta de la última vez que estuve. 
Creo que la sección Novelas estaba en el primer piso, al lado de los clásicos, ahora es como que dieron vuelta todo, y están también esos disquitos chiquititos y coloridos con las mismas recopilaciones de Los Beatles de siempre. 
Y salimos. 
Otra vez a la calle y al frío. Compró dos libros, no pude fijarme cuáles. 
Espero que siga caminando, si se toma un taxi la vuelvo a perder. 
Estoy sin plata y con frío. 
Pero no, parece que sigue caminando, que esta vez puedo seguirla de cerca. 
La última vez me metí en casa, sin que lo advirtiera. Mientras dormía. Tratando de no despertarla busqué mis cosas. Estaban, pero distintas, como corridas de lugar, como desenfocadas, el escritorio, menos fotos. 
No encontré la ropa. 
Aunque me esforcé no pude oler nada, hubiera querido recordar con olores. 
Olor a recién levantada, olor a recién acostada, olor a cocina, a escritorio con papeles, olores familiares. 
Cuando me di por vencido, antes que se hiciera hora de dejarla, me senté en la punta de la silla del dormitorio para oírla, pero su sueño era tan profundo que no pude, era como si su corazón hubiera parado para reponer fuerzas.  
Ahora la miro de atrás, sigo su paso, y cada vez que se para frente a una vidriera y su cara se refleja en el vidrio me entra calor en el cuerpo. Aunque está distraída, aunque se hizo algo en el pelo (lo tiene lacio y oscuro) su sonrisa, esa sonrisa que puedo dibujar a oscuras hasta los más mínimos detalles, me hace correr calor por la espalda. 
Y me quedo mirándola, y no mi importan los empujones (que igual no siento) ni las bocinas ni los fastidios de las señoras que compran enredándose en bolsas. 
Entró en un bar. Mira desde la entrada y yo la miro. Busca a alguien, busca un lugar adonde dejar sus cosas, adonde descansar un poco. 
¿No tendrá frío? 
Se va hasta una mesa para dos al final de la fila. Deja sus cosas, se acomoda, sigue buscando y yo me quedo parado cerca, como mirando otras cosas, como escondido detrás del vano de la puerta. 
Al rato están hablando, él se inclina para adelante en su silla y le acaricia la mejilla. Le dice algo que no llego a oír. Ella se sonríe y mi frío desaparece por completo. Tuerce la cabeza para un lado, para el lado de la caricia, y parece apretar esa mano contra su hombro y la mejilla. Y espera que él no saque la mano. Y trata de acariciar esa mano con su otra mano libre. Y sonríe, pero yo me acerco con cuidado y veo, y sé que esa sonrisa es triste. 
Hay algo en ellos que me extraña. 
Estoy bien de verla, tenía ganas de verla. Tengo frío pero ya no importa. 
Tengo que aprovechar el momento de verla. Disfrutarla. Recordarla, cerrar los ojos y grabarla otra vez. 
Quiero escuchar qué se dicen. 
No los entiendo, estoy cerca pero no los entiendo, no puedo saber de qué hablan. 
Pero ella llora. No con lágrimas, pero llora. Llora con desconsuelo. Y él la vuelve a acariciar en la mejilla y ella vuelve a hacer ese gesto que quiere abrazar esa caricia para siempre. Y él atiende el teléfono y ella termina su scon mirando a la gente en la calle. 
Yo la miro, ahora la miro fijo, me concentro en esa mirada y ya no me oculto. 
Me pongo delante, me acerco a la mesa, me acerco tanto a la mesa que casi los escucho. Ella lo mira como esperando que corte, el habla y sonríe y hace señas de que lo espere e intenta llevar otra vez su mano salvadora a su mejilla, como todo gesto de cariño, o de amor.
Y ella lo interroga y lo sigue mirando para que corte, y el escribe en la servilleta y yo puedo leer lo que escribe “tengo al nene del medio con gripe, me voy para casa, después te llamo porque tengo para largo...” y se levanta, y se va. Para, vuelve sobre sus pasos y deja un billete. No tengo idea de cuánto. 
Y ella, que sonríe al ver que vuelve, deja caer sus hombros cuando lo ve alejarse. Y me acerco más, y la veo linda, triste. Se hizo algo en el pelo, tiene las uñas más cuidadas, no me acuerdo de ese suéter. Estoy encima de la mesa, intento acariciarla. La alcanzo. 
Y ella, de repente y asustándome se lleva la mano a su cara. Se sorprende, se asusta, cierra los puños fuerte fuerte y llama al mozo. 
Yo estoy inmóvil y ella también, solo mueve sus ojos para todos lados, como buscando algo. Cuando no lo encuentra, deja caer sus hombros resignada, mira para la ventana, mira al cielo que ahora se encapota y sus ojos se ponen vidriosos. 
No voy a esperar a salir con ella, son pocas las veces en que puedo volver y la veo, pero la última vez no soporté verla desvanecerse. 
Esta vez me voy yo. 
Como cuando me fui del todo, hace ya como 6 años. 
También era Abril, pero no hacía tanto frío. 

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