Big Bang

Nico es blancura, es otoño, remolino.
Grisel de tan olfato, es una nariz grande.
Nico está volviendo.
Grisel ensaya pasos nuevos.
Nico analiza sueños.
Grisel los sueña.
Nico curiosea.
Grisel explora.
Nico madruga mucho.
Grisel trasnocha.
Nico ríe.
Grisel explota.
Nico cuenta cosas.
Grisel reprocha años.
Nico pide.
Grisel cobija.
Como en todas las historias de amor, la de ellos empezó con un destello. Una explosión de nanosensaciones que repartió partículas cargadas de pasión, curiosidad y deseo.
Ese segundo privado, irrepetible, que puede venir en forma de miradas que se cruzan en el patio del colegio, de hombros al aire y rulos dorados al viento fresco de una noche en Mar del Plata, de sentarse juntos en la biblioteca del barrio, ese segundo será para siempre el iniciador de todo.
Volvieron a él una y otra vez, cuando se sintieron solos, cuando necesitaron un refuerzo a sus desconfianzas, o simplemente cuando al cerrar los ojos, necesitaron comprobar que ese amor estaba ahí.
Pero ahora las preguntas eran otras.
¿Cuándo es suficiente? Se preguntan.
¿Cuántos mensajes sin respuesta? ¿Cuántas cartas? ¿Cuántas veces de pedir señales serán necesarias para cerrar la puerta? Para archivar la historia.
No mencionan la palabra olvido.
Saben que no va a funcionar.
¿Pero será equivalente el Big Bang del final?
Necesitan un golpe. Algo que los borre. Algo que los saque como a una muela de sus horas ocupadas.
Se juran no invasiones y siempre vuelve el mismo. Ataca. Con golpes bajos por lo general. Despertando compasiones con heroísmos nuevos.
Van por un pasillo largo buscando salidas, está oscuro a veces, pero van en silencio, tanteando y tanteándose de a ratos para no olvidarse de los sabores.
Se jura tantas veces no ceder!
Y cuando una tarde se enfrenta con algo importante, con algo que lo conmueve, no soporta no compartirlo. Es la única persona que falta en la foto. Aunque parece que están todos.
Y se lo reprocha.
Se reprocha por qué no puede terminar y ya.
Dejar de llamar.
No preguntar más.
No recordar su cumpleaños.
Su música.
Sus lecturas.
Volver a su camino.
Nico y Grisel caminan ahora por Plaza San Martín. Llevan un iPod y dos auriculares. Escuchan a María Bethania y tienen la sensación que esos minutos que se les vuelan cada vez, son únicos, incomparables, efímeros.
No tienen respuestas para estas preguntas nuevas.
Son muy jóvenes todavía y el corazón es el músculo más elástico que tienen.





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