De muertos y placares

Cinco Luciano El ojo que todo lo ve

Última entrega


Por qué preguntaste por la mina? Por la flaca? Preguntó Luciano para cortar, sabiendo que solo era cuestión de minutos para que todas las miradas, que a esa altura de la noche eran suaves, poco adeptas a quedarse fijas en un punto que implicara más intimidad que la que ya les resultaba insoportable, para que todas esas miradas lo invitaran a él a decirles algo. A no dejarlos huérfanos de una palabra que los ayude.
No sé, lo pregunté por que es raro, es muy raro que apareciera en todos lados, en distintos años. No se dieron cuenta?
Si, puede ser, reflexionó Daniel, lógico, pero y vos? Ahí no estaba.
Si que estuvo…
Todos lo miraron, no querían meterse en ese campo y les había causado un alivio no escuchar que pareciera la misma figura que se había colado al final de todas sus confesiones.
Lo dijo con una sonrisa nervios, mientras se levantaba a cambiar la música, estuvo y estuvo al final, si no era por lo que escuché hasta ahora, no lo hubiera notado nunca.
Puso Holding back the years de Simply Red y se volvió a la mesa con una sonrisa en su cara, de las que usaba cuando estaba en problemas y tenía que zafar de algo peligroso, como era todo lo que no podía controlar.
La única persona que sabía, fuera de ustedes ahora, el detalle exacto de mi primer sueldo de funcionario era una compañera de militancia, no la conocen así que el nombre no les va a agregar nada. Hicimos carrera juntos, se recibió unos meses después que yo y compartimos todas esas cosas que les conté. Todas.
Es buena, muy buena la flaca. Tiene un compromiso que la hace feroz, y es muy inteligente.
Y está buena, levantó la mirada suplicando que no le pidieran que siga, y entiende todo y no hace preguntas y es más o menos mi sombra desde hace más de 20 años.
Ahora está de agregada cultural en la embajada nuestra en Londres. Es un puesto reservado para servicios, entienden? Está allá, es una especie de exilio tranquilo, para salir de algún tema que ahoga o puede ahogar y comprometer.
A mi me partieron cuando la sacaron, me partieron. Buscaba palabras.
Son muchos años, entienden? Mucha mierda juntos, se justificaba.
Cuando esa tarde salí de la oficina con la guita en un sobre, lleno de preguntas en la cabeza y con algo que me salía del pecho, fueron tres horas con ella las que me hicieron ver las cosas de otra manera. Las que e hicieron entender que era por lo que había peleado desde que me metí en esto.
Tres horas de hablar y coger y hablar y coger sin parar. Tres horas de mi cuerpo expulsando la bronca en forma de jugo, de querer cansarme y dormir dos días en esa misma habitación, tres horas de no pensar y dejar que todo decante o pensarlo demasiado hasta el detalle, hasta imaginar de dónde procedía cada centavo, de qué asalto violento que había visto en la tele la semana pasada, de qué cargamento no decomisado de merca, de qué pago por silencio.
Pero boludo, no es la misma mina, no se dan cuenta que no es la misma mina? Dijo Juan levantando la voz, cómo puede ser la misma mina? Enfermera, abogada, policía, por qué no se dejan de joder?
Puede ser que sea alguien especial…dijo con voz baja Luciano, que no hablaba y tenía la cara iluminada.
Vos qué sabés de toda esta mierda Luciano? Tomá lo de esta noche como una confesión colectiva.
No puedo hacerlo, además alguno de ustedes me lo contó, de otra manera, claro, en una confesión de verdad.
Me jodés?! Sabías alguna de estas historias?
Sabía dos. Pero no importa. Tampoco las supe así, tal cual. Y tampoco fueron en el marco de una confesión clásica.
Nadie lo miraba ahora.
Es fuerte lo que contaron. Muy fuerte.
Les puedo preguntar algo? Alguno se arrepiente de algo?
Era ahora Durazno sangrando de Spinetta lo que sonaba bajo.
El silencio de todos, más profundo, más blando, más tenso que cualquier silencio entre ellos, dejaba que los punteos de la guitarra del flaco inauguraran un clima distinto. Más colectivo, más suave, que los invitaba a pensar en los motivos, en lo que siempre pensaban solos.
Y si era la oportunidad para sacarlo de adentro de una vez por todas? Saber que a sus amigos de toda la vida los había picado la misma víbora.
Era como si se tiraran todos a la misma pileta profunda, en un clavado largo, eterno, y mientras contaban y escuchaban se hubieran ido hundiendo en la caída, con presión en los oídos y solo escuchando el ruido de adentro, de sus gargantas tragando saliva, de sus corazón latiendo, de ecos de las voces que habían escuchado tantas noches pero ahora graves, profundas, lejanas.
Y seguirse hundiendo sin saber adónde está el fondo y si habrá aire para llegar hasta ahí.
Pensando en el medio de esa fracción de segundo, si el aire va alcanzar hasta que la gravedad haga lo suyo y empiecen a subir.
Pero parecía no haber subida posible, parecía que todavía faltaba para el fondo.
Y lo raro era que todavía el pecho no explotaba, todavía las voces se dejaban oír. Todavía no aparecía la desesperación de sentirse ahogados.
En esa caída que hasta esa noche era solitaria, habían aprendido a respirar abajo del agua. A sentir repentinas branquias salvadoras. Habían aprendido a cambiar los colores, a manipular el cuadro para verlo distinto cada vez.
Con todo lo que pasa todos los días en el mundo, los hijos de puta que andan sueltos por ahí, lo mío es nada, no hago mal a nadie.
Crímenes, pecados, cosas horribles, inconfesables, pero chiquitas, chiquititas en un mundo de grandes cagadas, chiquitas y justificadas.
Qué, me vas a decir que está mal haberlo dejado manco a ese hijo de puta? Si espero que lo metan en cana para que salga a los dos meses y vuelva a cagarla?
Y lo de la guita? Si roban todos, de alguna u otra manera roban todos.
Y lo que ví y callé? Qué podía hacer yo más que callar.
Y mis 30 balines? Si no fue nada. Además salí fortalecido de esa tarde. Sé lo que quiero y lo que no quiero.
Palabras, argumentos que cerraban, que se centraban en un hecho pero que eran universales. Que no dejaban rastros, que eran perfectos cierres para sus conciencias.
Cuando alguna vez, intentaron contrastarlos con la realidad, hacerlos públicos en una reunión, con amigos sociales, en familia, esmerados en cubrir las verdaderas identidades y sin mostrar emociones, para ver cuál era la reacción de los demás, siempre aparecía alguna voz acusadora, siempre alguien meneaba la cabeza, desaprobaba abriendo el momento para cambiar de tema.
Nadie sabe la razón por la que lo hice. Nadie puede juzgar si no conoce.
Pero no es así, lo que está mal está mal. Luciano quería encontrar las palabras justas. No quería romper todo, amaba a sus amigos, lo habían rescatado mil veces de sus depresiones, le habían prestado a sus familias para darle consuelo, se había alegrado con sus hijos y sus comuniones, había acompañado con sus responsos la partida de sus padres, dando el consuelo que a él le nacía natural.
Sabía que cualquier cosa que dijera que sonara lejos de la moral que parecía reinante, esa moral privada, que justifica los pequeños actos de maldad, los más atroces e inconfesables crímenes como si fueran materia prima de una película que otro dirige, que otro protagoniza. Frases hechas que retumban en la cabeza de cada uno de ellos, esfuerzos por borrar, comparar con otros pecados similares ejecutados con otra saña, sin nada que lo justifique detrás y los haga condenables.
Ese es el precio?
Es barato.
Mi vida es ahora lo que construí, con esto incluido, como un paisaje que estuvo allí, pero al que no volverán nunca. Pero que fue el punto de partida para nuevos destinos. Más luminosos y apacibles.
Spinetta seguía con La Bengala perdida.
“…sin darme cuenta voy cayendo en cruz…”
Luciano no fue siempre cura.
Fue hijo, amigo, compañero de colegio, adolescente excitado y campeón de natación.
Fue todo, y fue lector, bueno en inglés y el primero que viajó a Europa.
Luciano fue todo eso, y desperdició, según decían las chicas del curso, esos hermosos ojos azules, en el seminario.
A los 20 desapareció de sus vidas para volver años después ya ordenado.
Un viaje interior, un viaje exterior y un nuevo destino.
Un status nuevo para la amistad. Un no saber los nuevos límites, un despertar a la espiritualidad de a ratos para ellos. Un cura a mano para todos y para todo.
No venía ya como sacerdote a las comidas en lo de Hipólito, aunque nunca dejaba de serlo.
Y si lo único que había cambiado desde que está en la mesa es que siempre, invariablemente, antes de comer la bagna cauda, los asados, las empanadas, los chorizos pomarola con la receta del abuelo Juan, lo que sea, antes de empezar, rezan, dan las gracias, bendice.
Y es natural.
Y quizá sea, para todos, la única vez que rezan en el mes.
Por eso a veces se hace más largo que lo normal. El silencio dura un rato más. Como si tuvieran la necesidad de prolongarlo y no se animaban a pedirlo.
Pero era cura ahora, y las cosas delante de un cura siempre son distintas, por más amigo que sea. Si no había cuidados entre ellos, a la hora de hablar de minas, de pequeñas mentiras, de trampitas al pasar, lo de esa noche había sido un vómito que no sabían ahora como hacer para disimularlo. Una exageración, pedirle demasiado a la amistad.
Pero Luciano parecía comprenderlo todo, como que entrecerraba los ojos en los pasajes de algunos relatos y pedía por esas almas que tanto conocía. Incluso parecía repasar haciendo un esfuerzo si esos relatos coincidían con lo que a él le habían contado, con las pocas pistas, las zigzagueantes confesiones que escuchó alguna vez de sus bocas.
Podían ser parecidas, podía faltar algún detalle menor que se escapó por vergüenza, pero ahora estaban al desnudo, crudas, sin ningún filtro y arriba de la mesa, junto con los restos de la comida, las botellas vacías que llamaban soldados muertos, como los escoceses, y los vasos que quedaban chicos.
La conocen, dijo. Todos la conocimos.
La flaca esa, la que dejó ese momento distinto al final de cada una de sus historias inconfesables. La conocimos todos, tanto, que entre todos la matamos.
Secret garden, la música de la película Jerry Maguire interpretada por Bruce Springsteen, avanzaba como creciendo en los parlantes, justo para hablar de ella.
Qué decís Luciano? Yo no maté a nadie, lo dijo Hipólito incómodo, con una voz rara, como si no fuera de él, que tanto quería a Luciano.
De qué carajo estás hablando? Lo interpeló Daniel con la mirada y la voz firme.
Nos cansamos de joderla, de humillarla, de hacerle pasar el peor de los calvarios, el del momento en que todo tiene que ser perfecto. Le cagamos la vida entre todos y volvió para cobrar.
De quién hablás?
Qué tomaste loco?
No tomé nada, no puede ser que no se den cuenta.

18 de Junio de 1982
Si el colegio secundario es una fiesta, lamentablemente no fue una fiesta para Silvana Basílico. La Flaca.
Flaca, muy flaca, no tenía ningún encanto. Encima, en ese momento de la vida en el que uno se va perfilando, va mirando de reojo las cartas para saber, para imaginar por los caminos por los que se va a andar, la flaca no imaginaba nada.
No era buena en matemática, ni en inglés ni en castellano. No se aprendía los ríos, las montañas ni las isobaras, y los caminos de la física le eran totalmente desconocidos.
Ni voley ni hockey ni nada. Nunca hizo una vertical. Nunca cantó folclore con el grupo, nunca integró el coro ni se sumó a la colecta por Malvinas.
No besó a nadie tampoco.
Ni tetas tenía.
Y si hoy la recordamos por esto que estoy evocando es nada más que por los buenos ratos que pasamos a su pesar. Si no, ni eso.
No le conocimos gritos, ni jadeos, ni penas. No supimos si durante esos años murieron sus padres, si era una abuela la que la criaba y si le alcanzaba la guita para pagarse el colegio.
Como no vino al viaje de egresados, tampoco supimos nunca si conoció la nieve.
La flaca miraba. Todo el tiempo miraba. Como si tomara nota, como si tuviese una cámara oculta, miraba y miraba lo que hacíamos.
Una vez me senté atrás de ella sin que se diera cuenta y la escuché susurrar algo. Sabés lo que hacía? Preguntó mirando a Ernesto, repetía lo que vos estabas diciendo con un retraso de una milésima de segundo. Como si estuviese repasando un libreto que había sido escrito para vos en ese momento y que nunca más iba a repetirse, pero que ella sabía.
Te miraba embelesada.
No tengo que decirles las cosas que le hicimos. Pasamos todos los límites con la flaca. Los del pudor, los de la moral, los del buen gusto también.
Hace unos años repasamos algunas cosas, y tuvimos el pudor, recién a esta edad, de decirnos a nosotros mismos que nos habíamos pasado de la raya con ella. Pero hasta hace un año atrás, cada vez que salían las anécdotas de siempre, la risa era lo que nos dejaba sin aire.
Yo la observé en quinto, casi todo el año. Había cambiado un poco, estaba a punto de transformarse, como todos nos transformamos alguna vez, pero estábamos todos demasiado ocupados para darnos cuenta. Y tampoco nos importaba.
Algo me llevaba a mirarla, a querer ver qué le pasaba después de cada maldad.
Cuando le tiraron el agua de la zanja de la calle desde la terraza de la casa del tano, justo cuando tocaba el timbre de su puerta, con los rulos y el pulóver tejido con las llamas y las montañas, solo miró para arriba y dijo algo por lo bajo, y salió corriendo.
Yo salí a buscarla sin que se dieran cuenta.
Quería ver adónde iba. Adónde se refugiaba para sufrir. A quién le contaba.
Volvía a la casa y lloraba? Se arreglaba antes y hacía tiempo por ahí para que en su casa no le dijeran nada o explotaran de ira?
Por qué no se cambiaba de colegio?
Con quién estudiaba?
Y me daba tanta curiosidad que empecé a seguirla.
La seguía sin que me viera, como si fuera un cazador, a pasos de su presa. Sigiloso, sin saber muy bien qué era lo que buscaba.
Si se tomaba el colectivo, trataba de subir una o dos paradas después, corriendo para adelantarme, si era en tren era más fácil.
La seguí meses.
Era parte ya de mis rutinas. En los viajes escribía, leía, hacía los deberes, y tenía todo el trayecto para escuchar canciones en el walkman amarillo que me habían regalado para los 16. Ese de Sony que era Sport.
Me escuché todo Piero y Marilina en ese aparato.
Tenés algo de esa época Hipólito? Poné, dale. Luciano quería llevarlos despacio por su mirada de las cosas. Despacio pero sin detenerse, buscando las palabras.
Hipólito puso Fábulas de mar, de Piero.
La seguí por meses, les decía. Y creía que ella no sabía, que ni se daba cuenta.
Un día la seguí como siempre hasta la puerta de un departamento en el centro. Me quedé en la esquina y vi como abría ella misma con su llave.
Me llamó la atención, era la primera vez que la flaca se metía ahí, y me dejé llevar por la curiosidad hasta la puerta, para ver alguna huella de algo.
Cuando me paré en la puerta escuché la voz metálica del portero eléctrico que decía “subí Luciano…”
Me quede helado. No podía creerlo. Cuánto hacía que sabía que la seguía? Qué pensaría que estaba haciendo? Me había atrapado y me sentía un pelotudo. Qué explicación le iba a dar?
Sin decir una sola palabra, cuando sonó la chicharra que abría la puerta, me metí y fui como un autómata hasta el ascensor.
Se abrió la puerta desde adentro y ahí estaba la flaca, con el pelo enmarañado y los pómulos rojos. Con una mirada extraña como nunca le había visto.
Me agarró la mano, me tiró para adentro y me apretó contra su pecho.
Era la primera vez que sentía así un cuerpo de mujer. La primera vez.
Entramos en silencio a un departamento vacío.
La flaca me hizo entrar, cerró la puerta detrás de ella y contra la puerta me besó de prepo. Me metió su lengua hasta bien adentro de mi boca. Me llevó mis manos a su entrepierna, me abrió la bragueta y empezó a tocarme como nunca me habían tocado.
Luciano hablaba ahora con la voz entrecortada.
Y la descubrí linda.
Y no hablamos y nos tiramos al piso y nos quedamos dormidos y exhaustos.
Y les tuve tanto odio en esa tarde. Cómo habían abusado de esa mina tantos años? Cómo no se habían parado a pensar un poco en todo el mal que le habían hecho? Por qué no reaccionaba?
Le pregunté todo esto por meses sin obtener respuestas. Nunca decía nada sobre esa desdicha. No se quejaba, no puteaba, no maldecía.
Y descubrí que amaba a Poe, a Silvio Rodríguez y las películas españolas del pos franquismo.
De todo eso hablaba y para mi fue como descubrir su voz.
Y de los sacrificios. Y de los llamados del destino. Y de la vida.
Hablamos de todo.
Me mostró todo lo que sabía hacer.
Me hizo leer con ella, escuchar música clásica, llorar con Keats.
Entre esas sábanas descubrí que quería ser cura. Y cuando se lo dije, me dijo que íbamos a coger de tal forma, que me bastaría para recordar cómo era el resto de mi vida.
Luciano paró y tomó un largo trago de vino, hasta terminar la copa.
Traé el whisky Hipólito.
Ahora sonaba El tiempo es veloz, de David Lebón.
Ahora el silencio era espeso. Si hubieran podido arrepentirse, decirle que lo sentían, que se les había ido la mano, lo hubieran hecho ahí mismo.
Pero Luciano tenía esa extraña sonrisa en los labios. Esa paz que lo hacía tan invulnerable, tan distinto a ellos.
Me lloró tantas veces en el hombro. Me mostró tantas veces que la vida era otra cosa que lo que nos pasaba y apenas podíamos intuir. Creíamos que las sabíamos todas, que éramos los reyes del mundo por haber ganado una copa de rugby y habernos manoseado con alguna de las rubias del colegio inglés.
Nos mirábamos y nos decíamos las cosas que queríamos escuchar y los que no eran como nosotros, los que no tenían esa suerte, eran descartables.
Como la flaca, no?
Pero la flaca no se olvidó de nada. No se olvidó de los insultos, de los dibujos que le hacías Ernesto, en los que siempre la dejabas como una boluda horrible, incomible.
No se olvidó de las canciones que le hacían, de las inscripciones en el pizarrón y de los recreos.
No se olvidó de todo ese sufrimiento.
Ni de una sola de todas las veces que le cortaron un romance, cuando alguien se le acercaba y le decían las peores cosas para que se espanten. Ni que ni se enteraron que no fue al viaje, ni que no la invitaran al baile de fin de curso.
Ni cuando se casaron ustedes.
No se olvidó de nada.
Y yo tampoco.
Todos se quedaron quietos ahora.
Yo tampoco porque la vi sufrir. Escuché su llanto. Su llanto de mujer herida.
Y es cierto, después de esas tardes en las cuales nos vimos, en las que definí que París Texas iba a ser definitivamente la mejor película de amor que vi en mi vida (la vi con ella) y en las que definí qué quería hacer de mi vida, después de esas tardes dejé de verla por años.
Me fui, volví, me ordené. Hice todo lo que se esperaba que hiciera.
Después de que mis padres superaran que no sería nunca el abogado que habían soñado ni que les iba a llenar la casa de nietos, como mi hermana iba a hacer unos años después, cuando todo eso pasó, un día descubrí su voz en el confesionario.
No salgas, me dijo, soy yo.
No podía confundir su voz por nada del mundo. Esa voz que no descubrieron nunca en los años del colegio, para mí era como una música lejana, pero sobrecogedora.
Te busqué tanto Luciano! Qué bueno esto que hiciste de tu vida! Qué feliz me hace verte así!
Claro que salí para abrazarla, y nos dimos un abrazo de hermanos, de mucho cariño, como el que se dan dos que no se ven y tienen tantas cosas compartidas.
Y hablamos mucho, y no nos tocamos. No tuvimos que hacer ningún esfuerzo para que no pasara nada, era como si los cuerpos comprendieran que ya no era tiempo para eso.
Aunque déjenme decirles que estaba bárbara.
Se hubieran caído de culo si la veían ahora.
No era ya la flaca de huesos que habíamos conocido, era una mina alta, linda, con curvas, con suavidades, con olores, con sonrisa, con blancura, con una mirada brillante, inteligente.
Y nos visitamos por un año entero.
Tomábamos mate. Fuimos mucho al cine y al teatro, no le importaba que yo fuera con el hábito y nos miraran por la calle. Quería caminar conmigo así.
Por primera vez, una noche en Banchero, me contó todo lo que había sufrido. Me miró a los ojos y explotó en un llanto ahogándose. No pudiendo sobreponerse a cada frase. Entrecortada.
Tanto dolor que dejamos todo como estaba, tiramos la plata en la mesa y salimos a tomar aire, que se tragó de a bocanadas largas, profundas.
Ya está, no me des bola, me dijo. Ya pasó todo. No tengo rencores, pero sabés que alguna vez me gustaría que pagaran algo de todo lo que yo sufrí. Algo, chiquitito, algo que no los deje dormir un par de noches.
Pero es una boludez mía, ya soy una mina grande, tengo mis cosas, yo también viajo mucho y quiero no hacerme tiempo para pensar en esos días, pero sabès qué? A veces vienen esos recuerdos a la noche y no hay quién me haga conciliar el sueño. Lloro, lloro como una nena y tengo que esconderme de mi familia que no tienen idea de lo que pasé.
Quemé todo Luciano, no tengo pasado, no tengo fotos en la nieve, no tengo carpetas, no tengo cartas de amor, no tengo escudo ni remera del colegio, no tengo nada más que un dolor y un odio profundo, que a veces me da miedo.
La consolé esa noche. Vino a dormir a casa, no fuimos a la sacristía, adonde hubiera tenido que explicar tantas cosas. Nos fuimos a casa de mis padres, que estaban de viaje.
Volvimos a escuchar viejos discos, como este. Y puso Antes de gira, de Serú Girán, y nos hicimos una pansada de recuerdos.
A la mañana, cuando desayunamos, me preguntó por vos Daniel. Qué hacías, si te habías casado, si tenías chicos.
Y por vos, y vos, y vos.
Eran ustedes a los que más odiaba.
Eran ustedes los que le habían cagado la vida. Los que le habían dejado marcas en el alma.
No me dí cuenta entonces. No me dí cuenta de los detalles que pedía, de los datos que chequeaba cada vez que nos veíamos. Fechas, lugares, facultades, trabajos, amigos, cumpleaños, viajes, tíos, sobrinos, libros, mascotas. Todo. Un libro de cada una de sus vidas.
Todo lo necesario para planear una venganza, no?
Recién ahora lo veo claro.
También había decidido vengarse de mi, sabiendo que me estaba usando para joderles la vida, para hacerlos caer a lo más bajo de sus vidas, para ponerlos cara a cara con la mierda que llevan adentro, para hacerlos llorar y ocultarle a sus hijos lo que hicieron.
Para no poder verlos a la cara nunca más como antes.
Para morirse vivos.
Para que sientan un rato, en sus cuerpos, en sus ocupadas cabezas, el peso de lo más cerca que se puede estar de la muerte.
No lo ven?
Nos vivimos ocultado esto que sale de golpe, pensando que estuvo bien lo vivido hasta acá, las decisiones que tomamos, las cosas que ocultamos a propósito, para salvar nuestro honor, nuestras familias, como si convenciéndonos de que obramos bien, por mirarlo con el tamiz de nuestra moral chiquitita, todo se pondría bien alguna vez y ya no nos torturaríamos con esos sueños de mierda que nos despiertan a veces.
Es ella señores, es ella, es la flaca que vino por cada uno de nosotros, a cobrar, a buscar lo suyo, a que le devolvamos el alma que le robamos.

Repasó cada uno en su cabeza las fechas, las casualidades, las preguntas sin respuesta de todos estos años.
Cada detalle, cada momento quedaba ahora explicado. Cada uno.
Y con el alcohol que habían tomado era todo más claro.
Hipólito lloró. Rompió en un llanto ahogado, que le cerraba la garganta y le impedía respirar. Como de lágrimas viejas. Vencidas. Ácidas.
Y todos lo siguieron. Como borrachos. Como chicos.
Y Daniel puteó fuerte.
Y Ernesto decía hija de puta hija de puta para adentro y movía a cabeza.
Estuvieron así un rato largo. Muy largo.
Terminó el disco. Quedó una radio transmitiendo un discurso del presidente inaugurando cloacas en algún lugar del conurbano.
Los números de la lotería, el pronóstico.
Daniel se llevó las manos a la cara, para despejar las lágrimas.
Hipólito tomó su último trago.
Luciano respiró profundo.
Ernesto hizo es mueca que siempre hace cuando no quieren que otros descubran lo que le pasa, si se ríe, si está a punto de llorar.
Y Juan, Juan, que casi no había hablado, se secó las lágrimas haciendo presión en el ojo con la punta del pañuelo, como queriéndolas borrar de a una, con cuidado.
Vamos Ernesto? Dijo agarrando la llave del auto, mañana madrugamos todos y se está por largar a llover.
Dejen todo así, los paró Hipólito, mañana le digo a los pibes que limpien.
Si, vamos, dijo Ernesto.
Juan, me llevás a mí también? No quiero manejar así, dijo Daniel.
Cuándo se casa Benjamín? El Sábado que viene, no es cierto Luciano? Lo casás vos al final?
Vamos a ir todos, no?
Ernesto, tenés que traer las cartas que dijiste que compraste en el viaje, esas de plástico, estas están hechas mierda.
Hecho, y te grabo el disco de Tonny Bennet con los duetos que te dije.
Salgamos, mirá esos relámpagos.



Adrogué, 1 de Noviembre de 2009

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