Raíces

Raíces
Oslo, 23 de Marzo de 1978
El doctor Garguendorffer se mueve a sus anchas en el aula magna de la Facultad de medicina. Solo él sabe el contenido de su presentación, su clase magistral, su legado. Nadie más. Ha trabajado solo el último mes y medio en los ajustes, en los detalles, en las inflexiones de la voz, sus cuadros, sus fotografías, sus notas enmarañadas en el pizarrón gigante, que formarán una especie de flor helicoidal al final del día.
Los medios de varios países (menos los sudamericanos que estaban distraídos en la proximidad de un mundial de cierto deporte popular) se acreditaron con meses de anticipación.
Entonces llego temprano, no me arriesgo a quedar a fuera por una mala combinación de transportes, cena pesada y resaca.
Retiro mi credencial, compruebo que el nombre de mi diario “De Volkskrant de Holanda” está bien escrito, y me voy rápido al auditorio, que se acomoda como en misa a pesar de que todavía falta un buen rato para que aparezca Garguendorffer.
No soy científico, no tengo nada que ver con ese mundo de palabras raras y fórmulas, pero hago una columna diaria de cosas de la vida cotidiana, y anda un tipo por ahí por la vida, con un árbol que le creció en la oreja, y no es algo que se vea todos los días.
Y el emérito doctor hace su entrada triunfal. Los Noruegos al fin se van a anotar un poroto grande en estos temas de la ciencia mundial, y se nota en el ambiente festivo y patriotero.
Hay banderas, hay mesas de Rakfisk exquisito para todos y hay algarabía.
Y arremete con sus garabatos, sus fotos, su jerga incomprensible para contarnos lo que todos suponíamos.
Los odontólogos tienen algo que opinar en todo este lío, pienso y tomo nota en mi vieja Moleskine. Se la pasaron la vida hablando de matar las raíces y no nos explicaron de qué nos estaban librando.
Casi en éxtasis final, lagrimeando, con sus compatriotas conteniendo el aplauso liberador dijo en dos notas más arriba de lo habitual “Jeg anbefaler å gjøre rotfylling” que es algo así como “recomiendo hacerse tratamiento de conducto”
Y dio por cerrada su clase magistral.
En mi nota del diario, más allá de lo colorido de la jornada, conté la historia de Aargen Bixou, jardinero belga que de no cuidar una raíz adecuadamente vio crecer un cerezo de enormes dimensiones desde el orificio de su oreja derecha.

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