Cosas con papá

Papá era boliches. 
Era noche. 
Era tango. 
Era deshorarios. 
Era amigos. 
Era diarios recién salidos y más noche. 
Abría y cerraba boliches, parrillas, bares, pizzerías como abren y cierran flores en la estación correcta. 
A veces ricos, a veces embargados hasta llevarse la mesa de la cocina (con todo arriba). Papá era entonces vaivén. 

Como a los 10 abrió una parrilla justito al lado de una vía. Y ese verano, como recibiéndome de hombrecito, me invitó a trabajar con él. 
Atrás de una heladera llena de las cosas que me gustaban, escuchaba los gritos de los mozos pidiendo sifones y gaseosas y tarantelas y crema para el café. 
Y ahí estaba, atento, decidido, ordenado, vigilante. 
Juntaba las tapitas para en los descansos ponerlas en la vía del tren, junto con cucharitas y tenedores, para que las dejara como hojitas de afeitar a su paso. 
Una noche, de viernes suburbano, vino a tocar Ernesto Baffa y a cantar Tito Reyes, que era su amigo. 
Pocas de estas compartí con papá. 
Sus horarios, sus cosas de la noche, no eran para un chico. 
Pero cuando fueron, fueron para siempre.

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