Gran Hotel Excelsior (pieza teatral en un acto)
Gran Hotel Excelsior
La escena se desarrolla en la habitación de un hotel
céntrico. No lujoso. Un típico hotel de viajantes de comercio, personal de
empresas del interior que visitan la casa matriz, de intendentes y funcionarios
de paso por la ciudad.
La escena está oscura. Sólo una luz poderosa, azul oscuro,
intermitente, nos deja adivinar la disposición de los muebles cada vez que
brilla.
Hay silencio.
Por la derecha se escucha un ruido electrónico, el de la
puerta que acciona su mecanismo de apertura y se abre la puerta; en el mismo
acto se enciende la luz del cuarto y entra Ferrer.
Entra apurado, viste traje oscuro y en un movimiento
coreográfico se saca los zapatos haciendo palanca con la punta del pie en el
talón del otro pie y corre al baño que está al otro lado de la habitación. Sin
emitir sonido alguno cruza todo el frente del escenario con apuro hasta
desaparecer.
La escena vuelve a quedar quieta. Sólo se escucha el ruido
de la descarga del inodoro.
Ferrer sale.
Al salir, queda inmóvil frente a la cama. En ella se adivina
un cuerpo bajo las sábanas. Quieto.
Ferrer: ¿Quién está ahí? (Dirigiéndose rápido a la mesa de
luz para alcanzar el teléfono)
Cecilia: ¿Eh? ¿Qué pasa? ¡No estuve nada!
Ferrer: ¿Qué hacés ahí? Es mi cuarto. ¿Cómo entraste?
Cecilia: ¿Cómo tu cuarto? Me dijo el moreno que podía
quedarme. Disculpá.
No sabía que había gente, estaba todo tan como si no hubiera
nadie.
Ferrer: Es que tomé la habitación, pero estuve todo el día
afuera. ¿Cómo te dejan entrar así? ¿Quién es el moreno?
(Cecilia se incorpora un poco, está dormida todavía, se nota
en la cara y en el pelo revuelto que recién estaba conciliando el sueño.
Balbucea. Tiene unos 38 años, es alta -al menos eso parece a pesar de estar
acostada-y tiene la piel muy blanca. El pelo negro negro, medio revuelto, es
lacio, como acortinado, y se empeña en caer fuerte. Está desnuda, cubierta con
las sábanas. Parece no importarle)
Cecilia: No llames, por favor (le implora).
Ferrer: Pero si vengo siempre a este hotel y esto nunca me
sucedió, que me den otro cuarto.
Cecilia: Está lleno, si le pedís eso tengo que irme.
Ferrer: Bueno, no es mi problema.
Cecilia: No, es cierto, es sólo mío, pero si me dejás puedo
acomodarme en el sillón, es un rato nomas.
Ferrer: ¿Eh? ¿Qué decís? De ninguna manera, tenés que irte.
Cecilia: ¿Viene tu esposa?
Ferrer: No. Cecilia: ¿Y entonces? Ferrer: Tenés que irte,
tuve un día largo y necesito descansar, y esto es muy raro.
Cecilia: Largo, pero ¿te fue mal?
Ferrer: Largo.
Cecilia: ¿Qué hacés?
Ferrer: Vine a una entrevista, se va un jefe, quizá me den
el puesto.
Cecilia: ¡Ah!
Ferrer: Por favor, dejáme llamar.
Cecilia: ¿Y te interesa el puesto?
Ferrer: Mucho… No sé.
Cecilia: ¿Te interesa o no? (Cecilia se ríe fuerte. Parece
habituada a situaciones inesperadas. Se sienta con las piernas cruzadas
haciendo equilibrio con sus brazos también cruzados para que no se deslice la
sábana, que apenas deja ver su piel)
Ferrer: No sé si puedo. (Ferrer se va hasta el sillón y se
desmorona ahí. Parece querer habituarse a esa presencia)
Cecilia: ¿Vivís lejos? Digo, ¿en qué provincia?
Ferrer: Hace años me mudé a Chubut, y ya no volví, era de
San Isidro.
Cecilia: Yo soy de acá. (Suena el teléfono. Por un momento
Ferrer se para rápido, como si se hubiese sobresaltado, como si sintiera que
alguien descubrió algo que no quería que se descubra, mira cómplice a Cecilia)
Ferrer: ¿Atiendo?
Cecilia: Sí, claro.
Ferrer: Sí, sí, está todo bien, sí, ¡ah! Claro, sí, por
favor, súbanlo, me olvidé de avisar.
Cecilia: ¿Qué pasó?
Ferrer: Había pedido algo para comer, no tuve tiempo y, como
me conocen, me lo prepararon.
Cecilia: Me muero de hambre yo.
Ferrer: Pido más.
Cecilia: Pero no, se supone que estás solo.
Ferrer: ¿Cómo te dejan entrar?
Cecilia: El moreno es amigo. Cuando necesito quedarme unas
horas paso y le pregunto, si hay lugar me deja. A veces comparto cosas con él,
es un buen chico. Ferrer: Cosas como ¿qué? Vos ¿a qué te dedicás? (Pregunta
Ferrer, suponiendo que sabe la respuesta)
Cecilia: No a lo que te estás imaginando.
Ferrer: No me imaginé nada.
Cecilia: No te creo, me llamo Cecilia.
Ferrer: Ferrer.
Cecilia: ¿Ferrer? Ferrer es el apellido, yo te dije mi
nombre.
Ferrer: No, Ferrer es mi nombre.
Cecilia: ¿Quién le pone Ferrer a un chico?
Ferrer: Mis viejos eran anarquistas. Soy Ferrer Aragón, es
largo para explicar.
Cecilia: Ferrer… nunca había escuchado un nombre así… Te
queda bien.
(Se recostó sobre el respaldo de la cama dejando asomar por
el costado el contorno de sus pechos)
Ferrer: Gracias, no me dijiste por qué pediste un lugar esta
noche, ¿no tenés a dónde ir?
Cecilia: Si tengo, pero no quiero.
Ferrer: ¿Por? ¿Tu familia? Cecilia: No. Ferrer: ¿Estás
en…peligro, o algo así? (Los golpes a la puerta de la habitación interrumpen el
diálogo. Es la comida.
Ferrer prepara la propina haciendo malabares para no dejar
que de afuera se vea nada de la habitación. Es casi torpe en sus movimientos.
Está nervioso)
Cecilia: La comida… (dice Cecilia, sin sacarle los ojos al
Club Sandwich)
Ferrer: ¿Querés? Ya no tengo hambre.
Cecilia: Si, claro. (Cecilia come con ganas, casi con
desesperación de quién no lo viene haciendo seguido. No es una actitud que
guarde coherencia con su refinamiento, con su lenguaje, con su ropa elegante
colgada prolijamente de una silla al costado de la cama, Ferrer está más
desorientado)
Ferrer: ¿Por qué estás acá?
Cecilia: ¡Mirá como estoy comiendo! ¡Con los codos pegados
al costado!
¿Me pasarías esa camisa para que me la pueda poner y comer
bien? (Le señala una camisa doblada que Ferrer había dejado para estrenar en su
entrevista.)
Ferrer: Tomá. (Se la alcanza, se da vuelta mientras Cecilia
se la pone sin pararse, cuando se estaba dando vuelta alcanza a ver sus
hermosos pechos y el pelo negro que le cae sobre ellos)
Cecilia: Gracias, ahora sí. No es nada, necesitaba dormir,
comer algo, hace días que no puedo hacerlo. Vivo acá en la Ciudad, pero no
puedo ir a mi casa, es por unos días, tengo que sacar a un inquilino molesto.
(Se ríe.)
Ferrer: Estás en problemas.
Cecilia: Ya van a pasar, qué rico está esto.
Ferrer: Se nota que te gusta, ¿querés que pida otro?
Cecilia: No, se van a dar cuenta que no estás solo, te va a
traer problemas.
Ferrer: Si, tenés razón, pero me importa poco.
Cecilia: ¿Esa es tu familia? (Señalando un portarretratos
chiquito, de viaje, que Ferrer había puesto en la mesa de luz como única acción
a la mañana, cuando solo dejó en el cuarto al que iba a regresar tarde ese
recuerdo y las cosas para afeitarse y el cepillo de dientes)
Ferrer: Sí, ahí estamos los 5, toda mi familia.
Cecilia: ¿Tu mujer es mayor que vos? ¡Qué bruta soy!
Perdoname.
Ferrer: Está bien, si es mayor, unos 5 años.
(Ferrer volvió a sentarse desmoronado en el sillón. Se
desabrochó el cuello y aflojó la corbata. Está cansado)
Cecilia: ¡Qué rico estaba! Gracias. Voy al sillón y vos vení
acá, así podés descansar para mañana. Yo con un par de horas tengo suficiente.
Me voy antes que te despiertes, si no te molesta.
Ferrer: No, no me molesta, pero quedate, parece que vos
necesitás más que yo ese descanso.
Cecilia: No te creas, tu cara dice otra cosa.
Ferrer: ¿Qué dice mi cara?
Cecilia: Que estás preocupado más de lo que admitís. Si no
te sale el trabajo, ¿te tenés que ir?
Ferrer: No. Si no me lo dan, el tema es con mi suegro. Me
voy a tener que soportar…
Cecilia: ¡Esperá! ¿Escuchaste eso? (Cecilia salta de la cama
y va a la ventana. En el camino apagó la luz. Entonces ahora vemos cada 10, 15
segundos la escena en azul.
Cecilia se va acercando a la ventana y se asoma sigilosa.
Tiene piernas largas, la camisa le cubre parte del cuerpo pero deja ver su
bombacha blanca, inmaculada, era mucho más alta afuera de la cama de lo que
Ferrer creía) Shhhhhh, no hagás ruido.
Ferrer: ¿Qué pasa?
Cecilia: Nada, creí oír algo.
(Son las 4 de la mañana ya, los ruidos de la calle se
atenuaron. Quedan gritos de borrachines, alguna sirena, el camión recolector de
basura.)
Ferrer: Andá a la cama.
(Cecilia se para frente a Ferrer que sigue en el sillón.
Frente a el con sus piernas levemente separadas como si en cualquier momento se
dejara caer en su falda. Lo toma de la mano con naturalidad y Ferrer se deja
llevar. Se sienta en el borde, comienza a sacarle la corbata, la camisa, lo
recuesta, le desabrocha el cinturón, le saca las medias, tira suavemente de la
botamanga del pantalón hasta dejarlo en calzoncillos.
Ferrer no dice una palabra. Tampoco intenta ningún
movimiento que disimule su excitación.
Cecilia corre las sábanas, lo ayuda a incorporarse y antes
de arroparlo saca su calzoncillo con un solo movimiento. Lo tapa. Ferrer se
queda entonces de costado, en posición casi aniñada, pone sus dos manos juntas
bajo la almohada y se deja vencer por el sueño. No teme. La luz se apaga del
todo.
Un estruendo de gritos que llegan de la calle lo despiertan
sobresaltado. Es de día, por la ventana entra una luz furiosa. Hay ruido de
avenida. Sirenas muy cercanas.
Suena el teléfono, que por la insistencia parece que hubiera
estado sonando hace rato.)
Recepcionista: ¡¡Señor Aragón, son las 09:40!!
Ferrer: ¿Qué hora es?
Recepcionista: Las 09:40, hace casi dos horas que lo estamos
llamando.
Ferrer: ¿Qué? ¿Dos horas?
Recepcionista: Si, nos pidió temprano, pero no respondió
nunca. Pensamos que se había ido más temprano, antes del cambio de turno.
Fuimos a su cuarto y golpeamos fuerte. Nos asustamos bastante, temimos lo peor,
pero cuando quisimos entrar a su cuarto para comprobar que no estaba no
pudimos, está trabado por dentro.
Ferrer: ¿Qué dice?
Recepcionista: Sí, señor Aragón, lo trabó por dentro.
(Ferrer repasó en segundos la noche anterior, efectivamente,
una silla estaba estratégicamente puesta trabando la puerta. Con el corazón
cabalgando rápido se levantó de la cama, la ventana estaba abierta con las
cortinas moviéndose al compás del viento frío que ni siquiera había notado, se
fue acercando despacio, las sirenas estaban en la cuadra. El cuerpo sin vida de
Cecilia se veía hermoso desde la ventana, armónico, sutil. No lo habían
cubierto todavía, estaba rodeado de un biombo de la Policía Federal, pero el
veía todo desde la ventana, una toma cenital perfecta. Cecilia tenía una sonrisa
en su cara. Nunca Ferrer había visto una sonrisa tan hermosa.)
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