Rituales
“Al tibio amparo de la doscatorce, se desnudaba mi canción
de amor, llegaba el día indiscreto y torpe, y la belleza nos hacía más pobres,
más esclavos de la ronda del reloj…”
Necesaria, imprescindible la estrofa para que Mariano,
pobre, le haga el amor a Lucía.
Mariano, alto, anteojos de mirar de lejos, sacos prestados
(y sospechosos de haber pertenecido a difuntos terratenientes) melena y aire de
bohemia, cursaba segundo de Letras.
Lucía, radiante, más baja, constelación de pecas y colegio bilingüe
le llevaba unas materias.
Los ochenta fueron algo así, nostalgia presente, atraso
moderno, Silvio Rodriguez y Página 12 en esos bares.
Intentó tanto conquistarla que un día lo logró.
En un puente peatonal sobre una avenida cuyo nombre no
importa ahora.
La lluvia fue cómplice del arrime.
Un solo paraguas a veces es la salvación de un mundo.
Un click. Un microsegundo y Mariano, pobre, abrió la
compuerta de tanta adrenalina retenida y se largó a besar con desmesura.
Y Lucía, receptora, inundó sus ojos de lagrimitas
desconocidas.
Uno, dos, tres franeleos incómodos.
Tradicionales.
Fuera de tiempo, ahora que el destape anunciaba otra
primavera.
La intimidad es otra cosa.
Hasta que al fin, varios regalos y poemas más tarde, en el
breve departamento de ella, persianas bajas y pizza tibia, no hubo frenos ni
incomodidades y las manos se deslizaron a gusto, desabrochando y estirando,
palpando y midiendo temperaturas y huecos, adivinados tantas veces y ahora
comprobados.
Tersuras, tonalidades, pecas, lunares, tibiezas, humedades,
durezas.
Lucía frena, pero no frena. Se detiene para cambiar algo, un
detalle.
Manotea la repisa y pone play y ahí está Silvio para
inundarlo todo.
Esos acordes, ese arranque igual y distinto a otros suyos.
“Al tibio amparo de la doscatorce…”
Y Mariano no puede parar. No controla. Se estremece y deja
escapar su savia en cualquier lado.
Se sorprende.
Se avergüenza.
Se disculpa.
Se emociona.
Se desmorona.
Se abraza las piernas.
Se sienta y se estremece.
Lucía igual está feliz.
Le acaricia el pelo.
Lo abraza por la espalda.
Lo contiene.
Lo calma.
Lo apapacha
No sospecha.
Quién sospecharía que algo estaba naciendo en esa tibieza.
Un sino esquivo.
Un desvío de la naturaleza.
Una sinrazón más, un acertijo para los que creen conocer el
alma humana.
Mariano, pobre, jamás volvería a hacer el amor, sin esa
música de fondo.
La melodía de Silvio fue su
conjuro y su salvación.
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