Miradas a Mary

Debe ser de día. 
Es sólo un triangulito, una esquina luminosa como no recuerdo haber visto antes. 
Mi vestido gastado, la punta del zapato y el tablado. 
Tengo sensación de altura. Mientras recorro y memorizo el triangulito también estoy segura que es lo último que voy a ver. 
El mundo es eso que apenas veo ahora. 
Es una tela áspera. 
Pica. 
Una especie de malla apretada, inviolable. 
Adivino entretelas hermanadas con precisión insoportable, que de tan buenas, no dejan pasar ni un solo destello. 
Algo a lo que mi retina se acostumbre y le permita el maravilloso ejercicio del recuerdo. Por eso el triangulito es poderoso. 
Lastima tanto. 
Me escucho respirar ahora, y el ritmo, ese ahogo y ese sonido, encajan perfecto con lo poco que alcanzo a ver. 
Se acompañan y renuevan como esos discos que ponían sentido a tantas cosas. 
Oscuridad absoluta y luminosidad plena en una esquina abajo, y mi respiración y esa sensación de pretender que el sol, el que adivino por el triangulito, me da de pleno en la cara. 

Mary Surrat, acusada y sentenciada a morir en la horca por el asesinato del presidente Abraham Lincoln, primera mujer ejecutada por el gobierno federal el 7 de julio de 1865 

Hacía tanto que esta zona no se inundaba de sol. De rayos que entibian. Que no lo recordaba. 
Tengo que hacer visera con la mano para poder acomodar y enfocar al tablado en el que en unos pocos minutos se llevará a cabo la sentencia. 
Veo a la gente animada, los oigo discutir, no distingo a nadie a causa del sol que me encandila. 
Sólo ellos allá arriba, y entre ellos Mary y su pelo rubio rubio que apenas asoma por una punta de la capucha. 
No pude salvarla, que Dios se apiade de su alma. 

Reverdy Johnson, abogado de Mary Surrat

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