Swing

Le pegaba a la batería mirando de reojo a la que bailaba en primera fila. 
Por el swing, por la elegancia para acariciar los tambores y los platillos casi rozándolos, el sudado esfuerzo y el esmero de cada uno de los movimientos, estaba bien pensar que el tipo se ganaba la vida de eso. Y también por el profesionalismo, que nada podría distraerlo. 
Pero la que bailaba en primera fila era mucho para él. 
Y sí lo distraía. 
Mucho para su cansada gira por bares en los que nunca pasa nada. 
El cantante (un albino de rara mezcla) lo tapaba con sus movimientos histéricos impidiéndole, de a ratos, su privilegiada visión. Siempre lo tapaba. A decir verdad, si no fuera por "...la guita que le tengo que pasar a la flaca por el colegio del pibe todos los meses..." ya lo hubiera carajeado y mandado un par de veces a la mierda. 
Además, el que siempre cogía era el albino. 
A veces hasta se olvidada de nombrarlo cuando saludaba a los músicos. Esa noche, que se parecía a otras noches, mientras esperaba su entrada después del solo de guitarra, mientras se secaba el sudor con una toalla de manos y tomaba un poco de su botella de Evian (como cada noche se había tomado el trabajo de vaciarla y llenarla de ginebra) buscó la mirada de la rubia para hacerle una señal. Quería encontrar sus ojos, se desesperaba escuchando que se terminaba el solo y ya no podría concentrarse en la búsqueda. 
Dale... ¡mirá para acá! 
Esos segundos que quedaban fueron tan eternos, como suspendidos en el tiempo, como un paréntesis horario, un guiño del de arriba, pensó. 18 Acomodó el jopo (se lo había dejado pretendidamente parecido al de Tom Waitts) y congeló su mirada en los ojos de la rubia. 

Como un torniquete. Ahí se produjo. Paró de bailar, de contonearse, de sacar de su cuerpo los fantasmas, y le clavó la misma intensa mirada. Como un espejo. Como un reflejo en la laguna. 
Atacó con el solo. La rompió. Transpiró como nunca (parece ser la medida que dice cuando un músico es bueno o no merece ser escuchado) y le ofreció, al terminar su mejor sonrisa gardeliana (aunque jamás escuchó hablar del morocho). 19 Lo que vino después es historia conocida. La esperó a la salida. Buscó en los huecos parecidos a bolsillos de la campera los cigarrillos para convidarle. 
¿Te gustó? Y así, de repente, cuando la luz del encendedor enceguecía sus ojos y el concentraba su mirada en la punta del Marlboro, la rubia se deshizo. 
Desapareció. 
La buscó toda la noche en el fondo de todos los tragos que se metió en el cuerpo. En vano le pregunto a la gente, al de la barra, al albino, a los plomos. Se fue caminando hasta su casa. En realidad siempre caminaba hasta que el sueño o la borrachera lo vencía y acababa las noches en el primer hotel que encontraba. 
Me dijo que ya la había visto otras veces. Me describió esa noche, su vestido, los ojos almendra, la forma de moverse. Me dijo que la necesitaba. Yo no soy de darle mucha bola a los borrachos.

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