Elogio a la mujer con yeso

La mujer con yeso camina una décima de tiempo más lento (como esa fracción imperceptible que calculamos entre el gol gritado en HD y el de la transmisión clásica), es cuidadosa, va con sus brazos en continuo movimiento preciso, cuidador, como si en cualquier momento fuera a necesitarlos para no caer. 
Como si nadara en el aire. 
La mujer con yeso se pega a uno, si uno tiene la dicha de andar a su lado. 
Y es lindo sentir que caminar al lado de la mujer con yeso le da a uno la sensación de ser necesitado. 
Aunque sólo se trate de un asunto relacionado con baldosas ladinas. 
La mujer con yeso puede tomarlo a uno del brazo, y eso no será más que un apoyo, o quizá una forma sutil (tan propio de la mujer con yeso) de tener una excusa para tomar el brazo de uno a plena luz del día, cosa que no se permitiría sin esa condición de mujer con yeso. 
Tiene una elegancia airosa la mujer con yeso. 
Y un enigma la sobrevuela. ¿Cómo se lo hizo? te preguntás cuando la ves. Y ahí nomás imaginás las circunstancias que rodearon el momento en el cual, la mujer con yeso se convirtió en la mujer con yeso. 
Si fue por amor, por desdén, por descuido, por diversión o empujón. 
La mujer con yeso se cuidará de contarlo, para que el misterio siga vivo. 
Caminé hace poco al lado de la mujer con yeso, y tengo que confesar que necesitaba ese yeso en esa pierna de esa mujer. 
Hacía mucho que no la veía. 
Y me gusta verla. 
Me gusta caminar con esa mujer con yeso. 
Y la caminata, esas cuadras siempre apresuradas del mediodía de la ciudad, se demoraron en sus pasos, en sus cuidados, en sus miradas de reojo a las baldosas y los cordones. 
La mujer con yeso no lo notó, pero cada vez que sus brazos buscaron el apoyo de los míos (yo sin yeso, como mejor parado, seguro, aunque no tanto) me sentí grandioso. 
Es que estaba yo como abrumado, buscando en los negocios de electrónica ese aparatito nuevo, muy chiquito, muy especial, que se llama algo así como “aprovechador de minutos” que sirve para que los minutos que uno pasa con alguien a quien ve poco, extraña y esas cosas, duren más. 
Dicen que es fabuloso (estaba dispuesto a gastar lo que sea) que basta con tenerlo encendido cuando uno se encuentra con esa persona para que el tiempo se duplique o triplique (según la versión). 
Y además, así uno no hace tonterías, ése es el principio básico. 
No se pone nervioso como un novio nuevo, no dice cosas buscando palabras y disfruta de los minutos (extendidos por esos misterios de la ciencia) que le tocan compartir. Pero ante esa frustración de no encontrar el aparatito (y eso que busqué) la mujer con yeso me vino a convencer que esa fragilidad es más fuerte que la tecnología. 
Y esos minutos, que desconozco cuando volverán a repetirse (son así las cosas por estos días) fueron largos, lentos (como ese efecto de las películas nuevas en las que todo va como en cámara rápida menos los protagonistas) cálidos. 
Buenos para guardar hasta la próxima. 
Ya sin yeso, por ella. 
Con yeso siempre, por mí. 

Comentarios

Entradas populares